DE GRABAR CASSETTES

SEC.1. INT. BAÑOS ACCIDENTALMENTE MIXTOS DE LOCAL MUSICAL. NOCHE.

Entra ARTHUR RIMBAUD (30 años) moviéndose nervioso y torpe, como un insecto rastrero al que se le hubiera quebrado una de las patas. Está borracho como sólo puede estarlo un decadentista francés. Tiene los ojos claros, color de mar embravecido que vuelve paulatinamente a la calma después de una tempestad y también un poco tirando a verdes. El pelo está despeinado con una despreocupación completamente calculada, como si su peluquero fuera un ingeniero capilar atravesando una crisis de identidad. La suave palidez barbilampiña lo hace parecer un adolescente y una virgen de Tiziano alternativamente, dependiendo de cómo le dé la luz.

Es más alto de lo que aparenta en las imágenes de archivo y los retratos de cabeza. Lleva un traje de micropana negro, al que se le han dado ya muchas oportunidades y sobre el que se han vertido todos los líquidos imaginables excepto el agua jabonosa.

Aprieta el vasito de vermú con la mano izquierda y con la derecha sostiene su pene frente a los urinarios y mea concentrado mientras murmulla una especie de quejido jondo. Luego se sacude los genitales y se da la vuelta sobre sus talones, en un gesto inesperadamente dicharachero, dándose de bruces con SOPHIA LOREN (30 años).

SOPHIA, boca grande, tetas grandes, caderas ingentes. Tiene el pelo largo y negro y emana tanta sexualidad por tantas partes de su cuerpo que ruborizaría al Marqués de Sade.

Lleva un vestido negro mojado y los pezones duros. Va descalza y está morena. Levanta una ceja mirando de arriba abajo a ARTHUR RIMBAUD y su cara es completamente la definición gestual de la interjección moderna “Ts”.

La tensión casi hace quebrar las juntas que separan los azulejos blancos del WC.

SOPHIA se sitúa a un palmo de la carita de RIMBAUD y le sonríe con escepticismo.

 

SOPHIA: Te has enfadado, ¿verdad, Arthur?

RIMBAUD: ¿Con quién?

S: Con todos.

R: ¿Por qué?

S: ¿Por qué te has enfadado o por qué digo que te has enfadado?

R: Esa pregunta siempre lleva a confusión, ¿eh?

S: Desde luego es abierta.

R: Cómo tú.

S: No tanto, tonto.

R: No, ya. (Resoplido sobre flequillo)

S: Ajá, ¡es eso! Estás celoso. (Le señala con el dedo)

R: (Da un pasito para atrás) No es celo, sino recelo.

S: Es lo mismo.

R: Ni remotamente, Sophia, no seas garrula.

S: Tú te subes a las barras de los bares cada dos por tres para mear sobre la gente y eso es arte. En cambio yo digo que celo y recelo es igual y soy una garrula. Dabuten.

R: ¿Qué quieres que te diga? No puedes pretender ser una autoridad moral con esas tetas.

S: ¿Me estás diciendo que no me respetas porque llevo una talla cien de sujetador?

R: No es sólo por las tetas.

S: ¡Pues qué más!

R: No me hagas hablar de tu culo, Sophiaparfavar.

S: Arthur, eres un esnob y un sarasa de cuidado.

R: Es que no te entiendo. Me encantaste en Dos mujeres, estuviste espléndida, pero luego haces esas mierdas tipo La mortadela, y la verdad, no sé qué pensar.

S: Lo llaman sentido del humor, Arthur.

R: Ah, la risa, qué evasión más vulgar. Quién quiere un chiste cuando se puede llorar a gusto con un buen poemazo.

S: (Resopla) Uf, qué coñazo eres. ¡Mira! Eso me recuerda que ya escuché la cassette que me grabaste.

R: (Agacha la cabeza tímido) Ah, ¿sí? (Silencio) ¿Y qué tal?

S: Todas hablan de oscuridad y desamor. Menos un par que hablan de follar, creo.

R: ¿Y eso está mal?

S: No lo sé, esperaba alguna nota de color.

R: Esperabas Raffaella Carrá; haberle pedido la cinta a Dalí.

S: Estás lleno de inseguridades, Arthur.

R: Y tú de prejuicios.

S: Me voy a casa.

R: ¿Sola?

S: Todos estamos solos todo el rato.

R: Uy.

Silencio. SOPHIA se gira en dirección a la salida. Camina un poco y se apoya melodramáticamente en el marco de la puerta. RIMBAUD se acerca y le aspira todo el olor del pelo. SOPHIA sale. RIMBAUD tiene una erección. Se lleva el vaso de vermú a la frente y lo hace rodar por ella para bajar la temperatura corporal del momento.

R: Qué difícil es ser un existencialista y un lascivo a la vez.

 

Funde a negro.

 

 

 

 

 

 

 

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  1. Pingback: DE BESOS EN LA CABEZA | pensardesnuda

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