DE NO SER AMOR

Continúa de BESOS EN LA CABEZA.

INT. PUB MUSICAL. MADRUGADA.

No suena ninguna música. Tres personas en el bar. RIMBAUD está desparramado sobre la barra liándose un cigarro de picadillo. El CAMARERO -con el comprensible gesto avieso de aborrecer a cualquiera que se quede en su local después de las cuatro de la mañana y no poder echarle dado que es un pobre esclavo de su público- comienza a echar ginebra Larios sobre el lateral de la barra salpicando un poco a RIMBAUD que tiene el santo papo de no inmutarse.

SOPHIA resopla mirando a RIMBAUD con pereza. Saca el móvil, le echa un vistazo de desaprobación y acto seguido extrae del bolso un espejito y una barra de labios. Se empieza a dibujar una boca más sugerente sobre su ya de por sí furcia naturaleza labial.

SOPHIA se sienta en el taburete que está junto a RIMBAUD y se arrima un poco más.

SOPHIA: (susurra) ¿Un mal día, Arthur?

RIMBAUD: (riéndose muy cinicazo) Un mal lustro.

S: Ya, alguien que utiliza hoy día la palabra “lustro” no tiene pinta de estar muy alegre.

R: La alegría, otra vez, qué coñazo.

S: Sí, la depresión debe ser entretenidísima.

R: A mí me llena un montón de horas.

S: Desde luego, qué generación. Tú te llevarías muy bien con Charles.

R: ¿Qué Charles?

S: Bukowski. (Un poco presumida) Mi ex.

R: (Sorprendido dentro de su indiferencia) ¿Tú saliste con Bukowski?

S: Bueno, salir, salir… Lo que hacíamos más era entrar, la verdad.

R: Pues le conozco. Y es un tío divertido, sí.

S: Uy, sí, te partes el culo con él.

R: Sabe lo que dice.

S: Pero al día siguiente ni se acuerda de haberlo dicho.

R: Uh, habló la abstemia.

S: ¡Hey! Yo sólo bebo por el bien común. Y no seas grosero, aún no te he insultado hoy.

R: Ya, eso me pone en tensión.

S: Ni sufriendo un ictus te pondrías tú tenso.

R: (Da una calada y le echa el humo a la cara) Eso es verdad. (Silencio y mirada fija) ¿Qué tal con tu novio?

S: Bueno, últimamente estamos teniendo problemas de alcoba.

R: Buh, trouble in paradise. ¿Qué os pasa?

S: Tempos distintos. Él es mayor…

R: Carlo Ponti, ¿verdad?

S: Sí, ¿has estado leyendo mi wikipedia?

R: En diagonal. Te la has escrito tú misma, ¿verdad?

S: Sí, ¿qué pasa? Hay que tener autoconfianza.

R: Y dignidad, también, Sophia y dignidad.

S: (Triste) No seas así.

R: ¿Cómo?

S: Pues así; todo lo que tocas lo conviertes en pena.

R: Ya, por eso estoy dejando de tocar.

S: Madre mía. Debes de tener el corazón lleno de rajitas, como el cadáver de Laura Palmer.

R: Sí, si lo miras al microscopio parece una huella dactilar.

S: ¿Todavía estás enamorado de tu exnovia?

R: ¡No! Cómo iba a quererla, me ha hecho cosas espantosas.

S: Ts, como si cuando amamos a alguien lo hiciésemos por motivos razonables.

R: Pues yo creo que una cierta admiración y sentido de conservación son necesarios.

S: Qué va. Mira, si la gente quisiese objetivamente todo el mundo estaría enamorado de mí.

R: Y lo estamos, Sophia, lo estamos.

S: Lo sé, qué pesados…

Empieza a sonar “Dancing with myself”. El CAMARERO mira alternativamente a SOPHIA y a RIMBAUD esperando que el cambio de circunstancia sensorial les anime a moverse camino de la puerta. En lugar de eso SOPHIA y RIMBAUD se miran entre ellos. RIMBAUD sonríe a SOPHIA y se levanta del taburete. Tira el cigarrillo al suelo ante los estupefactos ojos entornados del CAMARERO que contempla la escena con odio y consternación.

RIMBAUD le ofrece la mano a SOPHIA. SOPHIA sonríe de lado.

S: ¿Qué?

R: ¿Quieres que bailemos como hacen los viejos?

S: ¿Qué nivel de vejez?

R: Vejez de geriátrico.

S: ¿Crees que en las fiestas de los centros de día ponen a Billy Idol?

R: Estoy completamente convencido.

SOPHIA le da la mano a RIMBAUD que tira de ella. Comienzan a bailar agarrados y lento rompiendo completamente con el tempo de la canción. El CAMARERO desea fuertemente descuartizarlos.

S: (le susurra al oído) Lo que estás es completamente colgado.

R: Mira, se hace así.

RIMBAUD coge la manita de SOPHIA y la empuña llevándosela al pecho y con el otro brazo presiona su cintura para asirla a él; teniéndola ahora entera por completo contra su cuerpo mientras continúan danzando serenamente.

S: ¿Así restregando genitales, quieres decir?

R: No, así, con las manos entrelazadas a la altura del corazón lleno de rajitas.

S: Cuidado, Arthur, estoy a medio gin tonic de enamorarme de ti.

R: Ni con setenta grados alcohólicos volumétricos ahí dentro tienes tú pinta de enamorarte fácilmente.

S: No será amor, pero se le parece mucho.

R: (Canta) No es amooor…

S: (Canta) …lo que tú sientes…

R: (Canta)… será una erección.

S: (Ríe) Idiota.

CAMARERO: (Colérico y levantando un brazo violentamente) ¡Iros a la puta calle ya, hostia!

SOPHIA y RIMBAUD hacen una delicada reverencia ante el CAMARERO y salen corriendo y dados de la mano como si tuvieran quince años o noventa.

Funde a negro.

DE INMORTALIZAR A LOS BEBÉS

No poseo ni una sola imagen de mí misma con menos de tres años. Entiendo que no existen porque eso me han dicho y aún no he tomado tanto vermú de marca blanca como para empezar a desconfiar de la palabra de una madre. La razón oficial es que cuando yo nací mis padres no se habían comprado aún cámara de fotos. Mi hermana tiene cinco años más que yo y he visto varias fotos suyas siendo calva y minúscula. “Tu hermana tenía padrino y se las hacía él”. A mí no me bautizaron hasta los siete años. Yo lo pedí. Estudiaba en un colegio de monjas y acababa de ver La profecía; consideré que un poco de agua bendita no estaría de más. Mi padrino fue mi abuelo. No le vi sostener una cámara en todos los días de su vida en que coincidimos. Durante décadas he penado desconcertada por no tener una génesis fotográfica. Ahora que sé el motivo real: “Es que eras un bebé tan feo, joder”. Pienso que quizás es mejor así.

Si hubiera nacido ayer, literalmente, y estas palabras las escribiese en 2049, ahora (en ese ahora del futuro hipotético) podría torturarme viendo fotos de mi ecografía en 3D a todo color – naranja, negro y pus-. Y pensar si todo pudo empezar a torcerse allá dentro. Podría incluso sostener en mi mano un pedazo putrefacto y seco de cordón umbilical y suspirar: “Ah… qué cómodo era no masticar”. Y después de eso tirarme varias semanas visionando el metraje completo del documental de mi primer año de existencia. Tendría que pedir una excedencia para ponerme al lío.

¿Lo haría? ¿Lo harán? ¿La gente que hoy tiene meses de edad verá los vídeos enteros de sus primeros mohines cuando cumplan los treinta? Todos los recuerdos de los adultos del futuro serán recuperados a través de la perspectiva de un espectador de ellos mismos. Nadie recordará la primera vez que pisó una caca, o que se cayó de boca contra el parquet, ni lo enormes que parecían los muebles de la casa de su abuela. Todos los hombres y mujeres del futuro tendrán el síndrome de Corey Feldman. Se verán DESDE FUERA.

Corey Feldman era «bocazas» en los Goonies y también el niño neurótico y excéntrico de gafas de pasta de Cuenta conmigo. Hizo un montón de anuncios de bebidas infantiles en la década de los ochenta. Y probablemente participaría en alguna visita grabada a Neverland con Jacko. Ese hombre tiene por lo menos una doceava parte de su infancia registrada en imágenes re-visionables.

Creo que el hecho de poder verte a ti mismo en otra época tan lejana de tu vida es mucho más perturbador que la consciencia –siempre parcial- de que además lo hacen unos cuantos millones de personas en el resto del mundo. Diría que es peor la frustración de contemplar metros y metros de cinta con tu pasado irrecuperable grabado para siempre en ella, que ser una celebridad infantil y luego convertirte en un paria social. Me juego mis braguitas del Victoria’s secret –proporcionalmente es mi posesión más cara- a que Corey ha estado más cerca de sustancias químicas diversas que una placa de Petri, antes por sus cientos de miles de millones de retratos de Dorian Gray que por firmar autógrafos con ocho años.

Imagino al single varón medio de treinta años de la década de los cuarenta del siglo XXI. Va al gimnasio cada día. Sólo prueba comida macrobiótica. El vello que le quitan del torso se lo injertan en la coronilla. Rizadito. No lee, se descarga en la mente comentarios de texto de la Iliada. Nunca habla solo. Pasa más de quince minutos seguidos mirándose fijamente a los ojos en el espejo antes de salir a trabajar. Probablemente “salir a trabajar” sea sentarse engullido por el gris metálico de su salón minimalista. Todos trabajan desde casa en el futuro. Si pestañea dos veces fuertemente enciende el smarthphone implantado en el lóbulo frontal del cerebro. Recobra morosos telepáticamente pasándoles pensamientos angustiosos sobre la catástrofe inminente. Es un cabrón. Se aprieta la sien izquierda en los descansos y se pone a jugar al Candy crush con su propia cara proyectada en un holograma en el aire. A veces queda con chicas que conoce a través del teletransporting-love-super-flash -que activa acariciando la sien derecha-. Pero no le gustan. Los hombres tampoco. Sólo se excita con la visión subjetiva de sus propios genitales. Está fatal.

No siente nada y no sabe quién es, porque no tiene ningún recuerdo propio; sólo atesora películas high definition de los recuerdos de sus padres sobre él. Nada le pertenece.

¡Dejad que los niños babeen sin flashes! Hacedlo por nuestras pensiones. Gracias.

Penapenitapena

DE NO PODER SOBREVIVIR AL ORGASMO

Hay un actor italiano tan guapo que me duele. Noto una sensación de auténtico embarazo cuando veo sus películas. Todo el rato tengo la incómoda certeza de que mi aspecto no es digno de plantarse frente a la pantalla para visionar su, en cambio, arrebatadora y atosigante perfección. A veces agarro un cojín y oculto media cara con él para poder mirarle con algo de tranquilidad –y también para taparme la boca por si emito algún sonido gutural de euforia-. Creo que si expusiera toda la jeta, él podría lanzar un vistazo al objetivo en cualquier momento y arrugar la boquita esa -digna de que se funde en su honor una religión- con desprecio y repugnancia y esputar un: “Ma cosa fai? Chi é? Andare là fuori, schifosa!”. Se llama Raoul Bova. Vaya nombre, ¿no? Jamás he visto una película en la que apareciese él por otra razón que no fuese que aparecía él. La mayoría son un bendito excremento de caballo. Me importa un huevo. Evitar ver algo en lo que salga Raoul Bova cuando me lo pide el íntimo furor es tan frustrante, doloroso y desasosegante como empezar una dieta hipocalórica en Nochebuena.

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DE LA CONVIVENCIA Y EL ASESINATO

Existe un veneno específico para cucarachas muy efectivo. Se llama Orion Total attack (gel). Efectivo en este caso quiere decir mortal. Si hubiera escrito insecticida no habría posibilidad de duda sobre el hecho del asesinato. Pero no quería hacerlo. Insecticida de alguna manera es una palabra que implica derecho. Porque se vende en las tiendas y es de uso común. Alguien que dice que usa insecticida para las cucarachas no puede ser juzgado. Juega directamente con su indiscutible superioridad con respecto al individuo de otra especie. No hay fisuras morales de ningún tipo. Nunca se ha planteado el sentido de esa superioridad, simplemente mata para tener la casa limpia. Está tranquilo y duerme bien luego por la noche, rodeado de cadáveres. Pero si dice que compra veneno, la cosa cambia.

No puedes comprar veneno online. No hay una pestañita en amazon que te lleve a la sección “Ponzoña”. El veneno es la representación tangible de la maldad en la ficción. En los cuentos, para detectar al malo -en plena gestación de acciones que reafirmasen su condición- se le dibujaba sosteniendo un frasquito con una calavera dibujada y la palabra POISON escrita debajo. Decir que envenenamos a las cucarachas nos haría sentir ruines. En cambio fumigar nos hace sentir higiénicos. A mí esto me lleva a pensar en el nazismo muy fuertemente, la verdad.

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DE BESOS EN LA CABEZA

Continúa de GRABAR CASSETTES.

SEC.2. EXT. TERRAZA DE CAFÉ BAR. NOCHE.

Hace tan buen tiempo que parece ficción además de serlo. SOPHIA se abanica con gesto de desprecio hacia el mundo; como si abanicarse ella el escote fuese una tarea que beneficiase al resto y por eso la realiza con desdén a modo de protesta. Saca morrito y levanta las cejas fijando la vista en la nada.

Sobre la mesa hay un Sex on the beach, desflorado por una pajita que SOPHIA mete y saca sin parar; de manera mecánica e inconsciente, y un vaso ancho de lo que parece ser un whisky con hielo.

Entra RIMBAUD desde los lavabos haciéndose notar con un caminar incómodo de ver y de practicar y dejando caer el pelo sobre la cara como si le hubiesen robado la ropa en los baños y quisiera tapar sus cueros detrás del flequillo. Se sienta en la silla contigua a la de SOPHIA con la actitud de alguien que pasaba casualmente por allí; como si no hubiesen quedado expresamente. Da un largo trago a la copa del presunto whisky.

RIMBAUD: Los baños aquí están intolerablemente repulsivos.

SOPHIA: Venga, monsiuer Escrúpulo, he visto fosas sépticas más presentables que tus pantalones. Aquí deberías sentirte como en casa.

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DE LAS MUJERES SEGÚN WOODY ALLEN

Mi opinión sobre Woody Allen a los doce años era muy simple: “este jambo es un cutre”. Todas sus películas tenían una fotografía otoñal demasiado deprimente para mi pubertad. Los actores parecían estar a punto de caramelo de la menopausia. También los hombres, que en cierto modo resultaban feminizados por la pedantería y esos ademanes de intelectual flácido. Los personajes masculinos en el cine de Woody Allen, sin necesidad de estar gordos, por norma general parecen tener un índice de grasa corporal más propio de una mujer que de un tío; si entendemos por tío alguien como Zac Efron –tutto fibra-. El otro día, por ejemplo, intentando ver Café Society no dejaba de observar al viscoso de Jesse Eisenberg y pensar en que posiblemente podría hundir mi dedo índice en su abdomen hasta acabar sumergiendo en su cuerpo la longitud entera de mi brazo. Como si estuviera hecho de merengue o de pasta putrefacta cárnica de zombie, no lo sé. Algo inconsistente y muy mórbido, en cualquier caso.

Luego me fui haciendo mayor y Woody también y la gente que salía en sus películas empezó a ser más guapa. Los tonos marrones, caqui y verde chaqueta de lana de profesor de filosofía se convirtieron en naranjas muy luminosos. Como si al acercarse al final de su vida hubiese decidido cambiar el otoño por la primavera para reforzar su negación de la muerte. Y por la misma razón, todos los argumentos de sus películas se volvieron significativamente más frívolos. Los hombres, en muchos casos, han seguido siendo iguales, eso sí. De no salir él, siempre habrá algún fofo pesado dispuesto a imitarle: como Kenneth Branagh, Owen Wilson o John Cusack. Pero las mujeres no. Las chicas ya son otra historia, ¿verdad, sátiro?

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