DE INMORTALIZAR A LOS BEBÉS

No poseo ni una sola imagen de mí misma con menos de tres años. Entiendo que no existen porque eso me han dicho y aún no he tomado tanto vermú de marca blanca como para empezar a desconfiar de la palabra de una madre. La razón oficial es que cuando yo nací mis padres no se habían comprado aún cámara de fotos. Mi hermana tiene cinco años más que yo y he visto varias fotos suyas siendo calva y minúscula. “Tu hermana tenía padrino y se las hacía él”. A mí no me bautizaron hasta los siete años. Yo lo pedí. Estudiaba en un colegio de monjas y acababa de ver La profecía; consideré que un poco de agua bendita no estaría de más. Mi padrino fue mi abuelo. No le vi sostener una cámara en todos los días de su vida en que coincidimos. Durante décadas he penado desconcertada por no tener una génesis fotográfica. Ahora que sé el motivo real: “Es que eras un bebé tan feo, joder”. Pienso que quizás es mejor así.

Si hubiera nacido ayer, literalmente, y estas palabras las escribiese en 2049, ahora (en ese ahora del futuro hipotético) podría torturarme viendo fotos de mi ecografía en 3D a todo color – naranja, negro y pus-. Y pensar si todo pudo empezar a torcerse allá dentro. Podría incluso sostener en mi mano un pedazo putrefacto y seco de cordón umbilical y suspirar: “Ah… qué cómodo era no masticar”. Y después de eso tirarme varias semanas visionando el metraje completo del documental de mi primer año de existencia. Tendría que pedir una excedencia para ponerme al lío.

¿Lo haría? ¿Lo harán? ¿La gente que hoy tiene meses de edad verá los vídeos enteros de sus primeros mohines cuando cumplan los treinta? Todos los recuerdos de los adultos del futuro serán recuperados a través de la perspectiva de un espectador de ellos mismos. Nadie recordará la primera vez que pisó una caca, o que se cayó de boca contra el parquet, ni lo enormes que parecían los muebles de la casa de su abuela. Todos los hombres y mujeres del futuro tendrán el síndrome de Corey Feldman. Se verán DESDE FUERA.

Corey Feldman era «bocazas» en los Goonies y también el niño neurótico y excéntrico de gafas de pasta de Cuenta conmigo. Hizo un montón de anuncios de bebidas infantiles en la década de los ochenta. Y probablemente participaría en alguna visita grabada a Neverland con Jacko. Ese hombre tiene por lo menos una doceava parte de su infancia registrada en imágenes re-visionables.

Creo que el hecho de poder verte a ti mismo en otra época tan lejana de tu vida es mucho más perturbador que la consciencia –siempre parcial- de que además lo hacen unos cuantos millones de personas en el resto del mundo. Diría que es peor la frustración de contemplar metros y metros de cinta con tu pasado irrecuperable grabado para siempre en ella, que ser una celebridad infantil y luego convertirte en un paria social. Me juego mis braguitas del Victoria’s secret –proporcionalmente es mi posesión más cara- a que Corey ha estado más cerca de sustancias químicas diversas que una placa de Petri, antes por sus cientos de miles de millones de retratos de Dorian Gray que por firmar autógrafos con ocho años.

Imagino al single varón medio de treinta años de la década de los cuarenta del siglo XXI. Va al gimnasio cada día. Sólo prueba comida macrobiótica. El vello que le quitan del torso se lo injertan en la coronilla. Rizadito. No lee, se descarga en la mente comentarios de texto de la Iliada. Nunca habla solo. Pasa más de quince minutos seguidos mirándose fijamente a los ojos en el espejo antes de salir a trabajar. Probablemente “salir a trabajar” sea sentarse engullido por el gris metálico de su salón minimalista. Todos trabajan desde casa en el futuro. Si pestañea dos veces fuertemente enciende el smarthphone implantado en el lóbulo frontal del cerebro. Recobra morosos telepáticamente pasándoles pensamientos angustiosos sobre la catástrofe inminente. Es un cabrón. Se aprieta la sien izquierda en los descansos y se pone a jugar al Candy crush con su propia cara proyectada en un holograma en el aire. A veces queda con chicas que conoce a través del teletransporting-love-super-flash -que activa acariciando la sien derecha-. Pero no le gustan. Los hombres tampoco. Sólo se excita con la visión subjetiva de sus propios genitales. Está fatal.

No siente nada y no sabe quién es, porque no tiene ningún recuerdo propio; sólo atesora películas high definition de los recuerdos de sus padres sobre él. Nada le pertenece.

¡Dejad que los niños babeen sin flashes! Hacedlo por nuestras pensiones. Gracias.

Penapenitapena

2 comentarios

  1. Amets · octubre 24, 2016

    Siempre me disculpé por no tener fotos de mí. Queda como de bicho raro. Lo de disculparse por ello es un poco como lo de tu post del thriller por un gazpacho. Algunos somos así.

    Lo que me cuento a mí mismo sobre el caso de las imágenes que nadie atrapa conecta mucho con lo que has escrito.
    Desde pequeño he pensado que prefiero la “fotografía” desde dentro. Que mi cabeza sea la cámara oscura. Que lo impreso sea un sueño.

    La película subjetiva es la que me interesa. La que está viva mientras yo lo esté. La que significa. La que cambia incluso. Una trama que parece que va hacia un sitio hasta que la siguiente escena la cambia por completo.

    Esas estampas mentales, tienen palabras que nadie dijo, afectos que nadie supo. Son puertas para revivir y sonreír, o echar de menos si uno puede con ello. Es un poco triste que sólo uno mismo pueda verlas, pero se puede aprender a aceptarlo. Doy gracias al cine y a la literatura por hacer parecer que se rompe un tanto esa barrera. El como sí, también vale. De hecho, las películas de dentro tienen la misma estructura que las que nos interesan en la ficción. Necesitamos la ficción interior para vivir, y no es mentir, es precisamente crear la vida.

    No me interesan las fotografías porque con su pretensión de realidad me distraen de seguir creando un sueño. Porque son parciales y muertas y como dices no hay caca, ni frío, ni el calor de la sonrisa de alguien que no se olvidará.

    Nos quieren convertir en un mecano y un collage digital. Hipnotizados por la imagen y autómatas en las reacciones. Un replicante barato con Instagram. Imágenes embobadas con otras imágenes. Envases vacíos que persiguen rellenarse entre sí de más vacío aún. Esos walking deads sostenidos por la química, sólo tienen salvación si descubren una historia que hacer propia, escribiéndola en el libro que traemos de serie. Y fotografiándola con una mirada.
    P.D. Se te echaba de menos, un poco.

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  2. Amets · octubre 24, 2016

    También sobre el post, de pronto me ha venido a la mente Roy Batty y sus lágrimas en la lluvia. Las naves en llamas más allá de Orion. Los rayos C brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Tannhäuser. Todo ello lo ha visto, lo ha vivido, y son los momentos los que se perderán cuando él no esté. Y así con todo, ese cielo azul de pequeño. Aquella tormenta terrorífica. La primera persona que te gustó. Todo eso no vive en una lata ni en un circuito.

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