Del amor insípido en Juego de tronos

Yo empecé a ver Juego de tronos con el mismo interés con el que empecé a ver Los Serrano. Ninguno. (A lo mejor no era necesaria esta aclaración.)

Los primeros cinco episodios me parecieron tediosos, oscuros y con ese halo rancio bastante pesadito del basar lo que sea en los principios y conceptos decimonónicos tan totalitarios y ambiguos como el honor, la sangre y el respeto escrupuloso a la tradición. Y toda esa gente con el pelo churretoso, la ropa pesada y la cerveza caliente me daba muchísima pereza y angustia. Agradecí de veras que las series no se puedan oler.

Pero en el capítulo seis aparece Tyrion – Peter Dinklage, el sex symbol más improbable de la historia de la tele- haciendo unas brometas buenísimas frente al trono del Valle el día en que está siendo juzgado por intento de asesinato. Se camela a todos con su irresistible encanto personal y con la ayuda de Bronn – un mercenario más resuelto y autosuficiente que una tenia-  consigue salvar la vida. Y a partir de ese momento se crea entre ellos un vínculo de sincero afecto y química amistosa acojonante. Hay intereses económicos y de seguridad física, claro, ¿pero qué pareja no tiene problemas?

Tyrion y Bronn

A partir de este primer rasgo de humanidad verosímil empecé a encontrarle el encanto a la serie. Y me enganché, porque todos necesitamos llenar de algún modo el insondable vacío de la existencia humana y hacer el amor todos los días es muy cansado. Gracias HBO.

Me enganché sí, pero siempre tuve un serio problema de conexión con Jon Snow y con Daenerys Targaryen. Con esos cutis perlados, esas miradas ovinas y ese no haber entendido un chiste en su vida. Contemplé en paralelo sus respectivos enamoramientos primerizos y oportunos, mientras en el resto de reinos se iban dando romances avenidos o ilícitos, pero en general más poco sugerentes y sabrosos que una tapa de queso de Burgos.

Las escenas de sexo, al principio eran llamativamente explícitas; en la primera temporada, por ejemplo, hay una secuencia en la que una prostituta hace fist-fucking a otra mientras Meñique va contando su vida y recoge un poco el cuarto. Porque se puede ser pervertido pero ordenado. Y a medida que la serie iba ganando notoriedad el número de zonas pícaras visibles remitía proporcionalmente al aumento del target. Por el amor de Dios, ¡pero si hasta le habíamos visto el pito a Hodor!

Entiendo que no es extraño que en una serie en la que todo el mundo vela por su ombligo es difícil que el amor se de y además se pueda reproducir de una manera creíble y plástica. Además, como ya he dicho, tenía que oler fatal y cuando no estabas intentando salvar la vida estabas concentrado en respirar por la boca para no desmayarte. En esas circunstancias las feromonas no se pueden inhalar porque deben ser como puños. Y así, claro, no hay atracción. Como mucho puede haber morbo o prestigio social. De ahí los incestos y los idilios interclasistas.

Resulta revelador que las relaciones más interesantes basadas en un sentimiento de amor, aprecio y respeto o que los reencuentros más capaces de erizar pezón sean aquellos que se dan entre dos personajes que jamás han tenido catarsis sexual. Como pueden ser Jamie Lannister y Brienne de Tarth, que sabemos que no follarán jamás, pero se gustan un montón.

EP303

Así pues, llega el día en que Jon y Daenerys se conocen y piensas lo mismo que pensaste después de perder la virginidad: no me lo imaginaba así para nada. Y te hueles, dado que las últimas temporadas parecen dirigidas por Spielberg y producidas por Disney, que van a tardar un suspiro en acabar encamados. ¿Y por qué? Porque son guapos, valientes y poderosos. Son el Brangelina de Poniente. No tienen una historia conjunta. No han aprendido nada el uno del otro. No han pasado por ningún dramón juntos ni han empatizado con las emociones del contrario. ¡Pero si ni siquiera han salido a cenar por ahí ni una sola vez, por favor!. Cada uno se ha ido currando su rol heroico por su cuenta y se han conocido en el topofthemountain de sus vidas tanto a nivel de belleza como de control soberano sobre buena parte de la humanidad. Eso, amigos, es gustarse por las razones equivocadas. Es el romance más superficial y materialista que os podriais tirar a la cara en la vida.

Jon-Snow-Daenerys-Targaryen

Y esa es la razón por la que es imposible que un vil mortal no dragón pueda identificarse con esa historia de amor y, peor aún, por la que nadie jamás practicará el onanismo visualizando la resolución de la tensión sexual entre los dos protagonistas de Juego de tronos. Muy a pesar, eso sí, del culo de Kit Harinton, que es bien digno del heptanieto del inventor del inodoro.*

 

*¿No os pirra wikipedia?

 

Del dolor y la cara lavada

Sólo unos días después de haber escrito eso de que todotequieroesunaerrata, aseveración que ahora se presenta reverenciada ante mí como la mayor patochada que he producido en mi vida adulta, caí muy enfermita de lo que viene siendo el corazón, en sentido figurado. (Y que lo ñoño no pare, no-pare-no, ¡lo ñoño no pare!).

Así que dejé de escribir. Del todo. Se me evaporaron las ganas de opinar en voz alta suspendiendo en el aire un insoportable tufillo a mendacidad. Dejé, también, que los bombones se vendieran solos y me presenté ante mi médico de cabecera -una especie de Colin Firth pelirrojo que no llega a ser Raúl Cimas- explicándole a ritmo de temblor de barbilla que: «Estoy muy triste. Mucho. Todo el rato. Y ya ni siquiera puedo hacer un chiste con ello. Yo, ¡que fui la mujer más feliz de Facebook! pensando en la muerte cada hora en punto; figúrese». Colin, junto con el paquete de kleenex, me extendió una receta de píldoras para dormir y un parte de baja médica. Me pregunté qué punto de mi discurso daba lugar a tan magna malinterpretación. Yo no quería dormir; quería reír. Supuse que quizás el Orfidal te hacía partirte el culo en sueños. Tal vez era un comienzo; el darcerapulircera de la psiquiatría.

Me encomendé a los designios de la psicología clínica y el grueso de mis amigos físicos fueron sustituidos por dos principios fundamentales para la felicidad simulada: ansiolítico y prozac. Así entendí de golpe My body’s a zombie for you y me convencí un tiempo de que Ryan Gosling también podía haber sido víctima de trastorno adaptativo en algún punto de su existencia de tío bueno con «cara de vela derretida por los lados» (María Ramírez dixit).

La mutua de mi trabajo me perseguía tratando de verificar mi tristeza. De auditar mi desdicha. De analizar la profundidad de mi pena. De quitarme los ochocientos euros que subvencionaban la rutinaria charada en la que se había convertido mi vida. Y después de dieciocho años usando eye liner, de diseñar unos rasgos nuevos sobre los míos a partir de base de maquillaje de tono bronceado sutil, colorete, carmín y rimmel, un día me lavé la cara y la mostré al mundo por primera vez desde la adolescencia. Parecía más joven. Parecía más cansada.

La lección 1 del fascículo primero de «Cómo demostrar que se padece una enfermedad psicológica a partir de una estética que proyecte un estado anímico deplorable» dice claramente: «¿Dónde te crees que vas con esos labios rojos, furcia?». Así que regresé a la ausencia de adorno de golpe y mi facha de pronto era tan minimalista y sobria, tan pa ná, como el diseño de la casa de Steve Martin.

Un mes después dejé las redes sociales, pertinentemente antes de mi cumpleaños. Batí mi récord personal por defecto de felicitaciones. No tener facebook, ni twitter, ni instagram, ni cristo que lo fundó  -unido al abandono de máscara cosmética-, me hicieron sentir poderosa durante por lo menos dos días. Un subidón nada desdeñable cuando has llegado a un punto de rictus Buster Keaton. Después ya comprendí que estar fuera de Facebook sólo era cool si conseguías que la gente pensase en ello. Y nadie piensa cuando está buscando likes. Es la paradoja de la modernez y el prestigio social de nuestra era.

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Tras varios meses de labilidad emocional me tocó volver al purgatorio aeroportuario por imposición de un organismo maligno, parecido a la inquisición, pero con batas blancas. Y fue tan terrible para mí como cuando la morena buenorra de Orange is the new black tiene que regresar a la cárcel tras haber conseguido salir previamente en libertad condicional. Igual pero sin  la novia pija traidora ni los tatuajes molones de rosetón espinado.

Escribí una carta a mi jefe, el señor Scrooge, explicando con todo lujo tedioso de detalles las penosas condiciones de mi puesto de empleo: haciendo hincapié en la humillación de comer escondida detrás del mostrador y no poder ir al cuarto de baño libremente. Desarrollaría más el tema, pero hacerlo en este país puede ser denunciable. Ya ves qué risis. En cualquier caso, este momento Norma Rae precipitó mi consecución de la libertad para elegir.

Y elegí volver a casa. Elegí cabeza de ratón y un televisor grandequetecagas, el de mis padres. Y tras nueve años evitando los programas concurso la tercera persona a la que vi en esta ciudad fue a Juanra Bonet:

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Que, por cierto, es de Barcelona. Hay que joderse, ¿no?