De las tetas y el feminismo
¿Cómo hablar seriamente de mis pechos? No es fácil vivir con ellos. Al igual que mi buena memoria me han traído tantas alegrías como desgracias. Son, entonces, un valor y por tanto un obstáculo en mi camino hacia la liberación femenina. Porque los uso conscientemente. Dada la predominancia de lycra en mi vestuario y la magnificencia habitual de mis escotes, sería difícil encontrar a alguien que se tragase que soy feminista. Ni yo misma lo creería. Y dejémonos de misterios, no soy una militante pura. Pero, eso sí, el machismo me da putas ganas de vomitar. Por eso me paso la vida con el ceño fruncido; por la naúsea perpetua.
Acabo de leer una cita de Caitlin Moran en la que viene a decir, en paráfrasis sesgada, que si te pone de los nervios Madonna y llevar vaqueros es que eres feminista. Así que según ésta mujer lo soy al menos al cincuenta por ciento, porque es escuchar «Like a virgin, uh! touch for the very first time» y sentir una terrible vergüenza de género y una incontenible pulsión de correr a una tienda online de dildos para acabar por siempre y radicalmente con la dependencia del macho a todo nivel. Aunque seguramente un consolador no es precisamente un símbolo de manifestación contra el patriarcado. ¿O sí? No lo sé. Pamela Des Barres, una de las gruppies más famosas de los sesenta, le proporcionaba a una colega «artista» moldes de los penes de gente como Mick Jagger o Jim Morrison para hacer esculturas y material masturbatorio. Y en fin, las mujeres cuyo leit motiv era ser penetradas por tipos que sabían hacer música, no son la clase de heroínas reivindicativas de sí mismas y de la igualdad entre sexos.

Caitlin Moran
Últimamente he leído varios artículos sobre dilemas feministas. Muchos de ellos relacionados directamente con la estética y la cultura. Volviendo al tema de los vaqueros. Al hecho de que te pongan de los nervios los vaqueros como rasgo identificativo de tu pulsión feminista natural. Analicémoslo. Esos vaqueros a los que la buena de Caitlin hace referencia, entiendo serán ajustaditos, duros, con remates ingenierísticos y moldearán un culo respingón y maravilloso capaz de despertar los más bajos instintos de un macho heterosexual. A costa siempre de la incomodidad física, los problemas circulatorios y la imposibilidad de ponerte a comer cocido a destajo. Dolor y frustración para esa mujer esclava de la aprobación masculina. Hacer toda esta reflexión y luego rechazar unos vaqueros en pro de la amplitud de movimientos de llevar algo suelto y anchito, sacrificando el atractivo físico obvio de marcar cacha es, entonces, feminista. O al menos, según la señora Moran es un comienzo, ¿no?
Retomemos pues, ahora, mis tetas, sobre las que me preguntaba al principio. Yo tenía una amiga a los veintitantos, cuando salíamos en pandilla a ligar, que tenía poco pecho, no era muy atractiva y resultaba bastante seca y hostil – o sea, a lo mejor me he pasado diciendo «amiga» -. Esta mujer, tremendamente enfadada con el mundo, siempre me decía que la razón de que yo tuviera más éxito en mi captación de la atención de jóvenes casaderos, era que tenía las tetas muy grandes. Para ella, la única diferencia entre ambas era la talla del sujetador. Lo que había marcado nuestra suerte y nos había posicionado en el mundo social-flirt en distintas categorías era única y exclusivamente el tamaño de las mamas. A mí, que en mi infinita ingenuidad, siempre me había parecido que los chicos me hacían caso por mi exquisito sentido del humor y mi gracejo particular, me resultaba profundamente bochornoso y violento creer que yo no era más que una tipa insulsa pegada a dos magníficos y carismáticos senos turgentes. Y peor aún, que por norma general, los tíos nos pudieran simplificar personalmente hasta ése punto. Que prefiriesen la compañía de una por encima de la otra atendiendo principalmente al volumen de las glándulas mamarias.
Pasado el tiempo y las experiencias, llegué a la conclusión de que los hombres con los que mantenía relaciones estrechas, amorosas o amistosas, valoraban rasgos de mi personalidad que les resultaban interesantes y útiles, así como el hecho de un grado justo de compatibilidad de caracteres para que fuera posible una comodidad y confianza a la hora de mantener un vínculo sano y satisfactorio conmigo. Pero he de decir que ninguno de ellos, a lo largo de toda mi vida con ellas, ha omitido la alusión a mis tetas como rasgo importante que forma parte de mí. Los pechos como un hecho imposible de ser obviado dentro del conjunto. Como el absurdo que sería ir a París y sudar de la Torre Eiffel.
Consecuentemente, he aprendido a aceptarlas y a tener en cuenta su valor de marketing. A no ser tan hipócrita de pretender que no han condicionado mi discurrir existencial -me pongo muy fuerte con esto-. Y al igual que cuando aparecieron eran una cruz, me abochornaban y las ocultaba debajo de sudaderas anchas y gruesas, como una tara que se ha de mantener en el ostracismo; a medida que me he ido convirtiendo en una mujer hecha, cínica y derecha han ido gozando de mayor protagonismo y aire libre. Siempre protegidas, levantadas y expuestas gracias a sujetadores que ya, por el mero hecho de ser, resultan poco confortables. El caso es que al mismo tiempo que iban quedando a la vista yo las apreciaba en mayor medida. Hasta el propio rito de vestirse se ha convertido en algo completamente íntimo y personal y dirigido a mi disfrute y entretenimiento. Yo me maquillo, me visto y me ajusto los tirantes para colocarme bien las tetas para mí. Independientemente de que luego las use o no. También estudio filosofía por satisfacción personal y luego utilizo la razón como herramienta para medrar en otros aspectos prácticos de la vida.
Así que ¿enseñar teta o llevar vaqueros push up o todo lo que tenga que ver con resaltar rasgos que se corresponden con los cánones estéticos de la sociedad, cultura y época en la que nos ha tocado vivir y desenvolvernos, a costa de una innegable incomodidad física implica necesariamente no ser feminista? ¿Qué sería lícito, en ese sentido y contexto superficial, usar como elemento de seducción sin ser una servil perra del machismo? ¿O es que seducir es ya en sí mismo anti-feminista? Si hago una dieta de adelgazamiento estando perfectamente saludable ¿estoy sometida a la tiranía de la masa garrula machista que me tendría más en cuenta viéndome esbelta? ¡Ay!
Me explota la cabeza, tías; debe ser que me aprieta el sujetador.

Pu-pu-pidú!