Cuando vi “Herida” de Louis Malle por primera vez, me quedé fascinada por la frase que usaban luego en el tráiler televisivo y que creo se citaba sobre la carátula en la que Jeremy Irons y Juliette Binoche completamente desnudos, hacen el amor en la postura de la mecedora y se tapan mutuamente los ojos presionando hacia atrás sus respectivas cabezas en plan “Joder, te voy a matar.” Y decía así: “Las personas heridas son peligrosas; saben que pueden sobrevivir.” Casi nada, amigo. Estaba convencida de que era la frase más cool que había oído en mi vida. Aunque, por supuesto, no entendía ni papa.
La frase la pronunciaba ella, claro, y yo la contemplaba desde mi atalaya adolescente del “mira, bonita, no me creo nada, ¿a ver si es que vamos a tener el umbral de dolor muy bajito?” Y luego ya, en el desparrame del tercer acto, un contundente guantazo de incesto y suicidio me tapaba la boca. Putos franceses, ¿eh? Con tal de tener razón y dejarte a cuadros, lo que sea.
Gracias a esta película pornográficamente trágica, aprendí a escuchar sin un gramo de guasa las historias truculentas con las que me han asaltado amigos, conocidos y algún que otro espontáneo – en trenes, salones, dormitorios y tejados -, a lo largo de mi juventud. Toda esta tontería mía queda aniquilada en el momento en el que alguien comienza una narración autobiográfica con un: “No es algo de lo que me guste hablar, pero…”. Me aterrorizo fuertemente esperando que me hagan un Juliette Binoche y escucho en silencio apretando muchísimo los esfínteres, con el sistema endocrino funcionando con impoluta eficiencia durante los veinte o treinta minutos de relato dantesco. O lo que sea, vaya, hay gente que incluso se te come noches en blanco enteritas y tienes que llamar al día siguiente al curro para decir que estás enferma y seguir aguantando su libro hasta el puñetero epílogo. Olimpiadas de amistad.
Para alguien con vocación de escritor, haber tenido una infancia tan feliz como la mía es una auténtica putada. Sólo puedes aspirar a estropearlo mucho después, para tener algo que contar. Yo me he hecho tan experta en sabotear episodios de mi vida que lo sorprendente es que no haya caído aún en la heroína o me haya enrollado con algún familiar. El caso es que envidiaba muchísimo aquella hondura tan europea y elegante, aquel haber armado la de San Quintín y luego pasearte tan lacónica y fatale como si hubieras venido al mundo dentro de un traje de Versace.
De un tiempo a esta parte, he cambiado de idea con tanta frecuencia y tantísimas veces que ya no sé lo que pienso ni lo que siento con respecto a las categorías de dolor. El sufrimiento es subjetivo hasta cierto punto y supongo que el contraste tiene mucho que ver con esto. A veces no te das cuenta de lo mal que te sientes hasta que alguien te dice: “Vaya, ¿así que te pasó eso? Pues debes de estar bien jodido.” Así que los traumas están íntimamente relacionados con el hecho de que vivimos en sociedad y no sólo nos relacionamos entre nosotros, si no que además al hacerlo también nos juzgamos permanentemente. Incluso aunque seamos particularmente tolerantes, respetuosos y reservados en nuestras opiniones; a mí hay movimientos de ceja de gente discreta que me han arruinado primaveras enteras.
La cosa es que aquella cita de “Herida” entronca directamente con este otro fragmento de discurso acojonante: “Damos tanto de nosotros mismos para recuperarnos cuanto antes de las decepciones, que para cuando llegamos a los treinta ya estamos exhaustos y cada vez somos menos generosos cuando volvemos a empezar con otra persona.” Pronunciada por el padre de Elio en Call me by your name.
Esas dos citas podrían yacer juntas en la misma cama, mirándose fijamente a los ojos hasta fundirse juntas en una lección de filosofía sobre quererse mucho.
Yo ya no envidio a Juliette, ni ansío poder soltarle esa frase a alguien y dejarlo patidifuso. También te digo que la gente de mi generación en adelante ni con una lobotomía se quedaría perpleja. Pero a lo que voy, somos un saco de experiencias más o menos curiosas, intensas o trascendentes (pero sólo para nosotros mismos) y nos paseamos por la vida sin tener mucha idea de lo que nos pasa, agarrándonos a clichés y a citas de otros o reinterpretaciones de ideas ajenas para poder sentirnos más cómodos y un poco menos paletos. Y llegados a un cierto punto de la vida, entendemos que sólo un psicópata, un ser ficticio o un cínico es capaz de escupirte a la cara absolutismos así, con esa indolencia irritante, y quedarse tan anchos. Las frases irreplicables son material de reflexión, pero se cargan cualquier velada, tío. Las personas heridas son peligrosas. Ya. Lis pirsinis hiridis sin piligrisis. ¡Anda, calla! ¿Sabes quiénes son las personas peligrosas de verdad? Las buenas personas.
Fin de la velada.
Vuelve a escribir por favor!
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Hola, Patricia, he actualizado en tu honor. Muchas gracias por leerme y por tus palabras. ¡Disfruta la fruta!
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