
Tras la Segunda Guerra Mundial, EEUU y la Unión Soviética se erigen como las dos grandes potencias vencedoras. Debido al rápido desarrollo industrial, en América se inicia un nuevo fenómeno que marcará por completo la vida de la gente hasta la actualidad: el consumismo. Son tiempos de riqueza, bonanza económica y coca cola. Elvis es el cantante de moda y se escucha rock and roll en todas partes. Comienza la era del bienestar y, paralelamente, la carrera de USA por competir contra la URSS por la hegemonía mundial, intensificada con la guerra de Corea y a la que sucedería posteriormente la guerra fría. Serán tiempos tumultuosos, de agitación ideológica y de grandes transformaciones del pensamiento debido al liberalismo y el crecimiento de las desigualdades económicas en el mundo. La mujer es protagonista de sustanciales cambios y la influencia de Europa en Hollywood afecta significativamente a la imagen de las estrellas.
Verano de 1955, Billy Wilder rueda «La tentación vive arriba«. Sam Shaw, el foto-fija del film, le sugiere que utilicen el mismo concepto de una portada de revista que él mismo había realizado diez años antes –donde a una chica se le levantaba la falda a causa de un torbellino de aire– para representar la sensación de calor neoyorquino de esa estación. Marilyn Monroe levaba puesto un vestido blanco de tirantes, con escote en cuello de pico y una falda de mucho vuelo. La idea era que se situase encima de una rejilla del metro y esperase a que pasase un tren para aprovechar el soplo de aire producido por el mismo al desplazarse a gran velocidad por debajo. La escena en cuestión se grabó en un exterior del Nueva York auténtico, en la avenida Lexington. Fue tal la cantidad de gente que se agolpó entorno al equipo de grabación para ver en vivo y en directo la imagen en cuestión y concretamente la braguitas de Marilyn, que tuvieron que repetir la secuencia en un decorado que reprodujera todos los elementos urbanos, ya que el sonido de la grabación en exteriores había quedado inservible por la saturación de expresiones de asombro, gritos de júbilo y lascivia festiva.

Norma Jean Baker fue la creadora de Marilyn Monroe, el icono pop y sex symbol por excelencia del siglo pasado. Se han derramado ríos de tinta respecto a la compleja personalidad del ser humano tras la figura pública, pero en cuanto a lo que nos ocupa se conoce, a través de los historiales médicos de la actriz, que se practicó dos operaciones de cirugía estética antes de convertirse en un mito. Una rinoplastia, no demasiado drástica en la que no llegaron a tocar tabique y se limitaron a redibujarla para hacerla más pequeña y respingona y un injerto de cartílago en el mentón para cambiar la forma demasiado redonda de su cara y agregar algo de ángulo que consiguiese un efecto más estilizado y afilado del rostro, frente a su tendencia natural un tanto aniñada de mofletes infantiles. Se especula con la posibilidad de haberse sometido además a una blefaroplastia o cirugía palpebral, esto es, un recorte de tejido sobrante del párpado para despertar la mirada y agrandar los ojos. Lo cierto es que contrastando sus fotos como modelo a finales de los años cuarenta frente a cualquier sesión con Milton Green en pleno apogeo de su carrera, se aprecian cambios notables en la mirada que no habrían sido posibles ni con el mejor diseñador de cejas del mundo.
La estética de Marilyn, en cualquier caso, se basa sustancialmente en la composición de su estilo; jugando su cuerpo un papel esencial. Es el símbolo sexual por antonomasia: pecho abundante y firme, siempre remarcado con escotes extremos, relleno, corsé elevador e iluminador sobre el canalillo. La cintura estrechísima en favor de marcar la curva de las caderas. Si bien no se puede decir que Marilyn Monroe descuidara su cuerpo, está claro que no hacía mucho fitness ni tampoco llevaba una dieta rigurosa. No destacan únicamente las líneas de las caderas y los glúteos si no también una incipiente barriguilla en el bajo vientre. De hecho, debido también a sus múltiples crisis emocionales, tenía serios desórdenes alimenticios que se reflejaban en notables y habituales oscilaciones de peso. En cuanto a sus rasgos, aparte de los retoques con bisturí, cabe destacar una boca sensual y carnosa, maquillada con colores muy vivos, brillantes y rojos. En el maquillaje de los ojos se aprecia un cambio importante: el eyeliner. La línea superior tiene forma rasgada y ascendente en el extremo y las sombras sobre el párpado móvil son siempre de color blanco nacarado, el ya mencionado ojo de Greta Garbo.
La exuberancia y los signos estéticos de fertilidad y feminidad son lo que prima en los años cincuenta. Marilyn se convierte en una marca tan rentable y popular a nivel mundial que no tardan en salirle imitadoras a raudales. La más famosa de todas, Jayne Mansfield, se antoja como una versión hipertrofiada de su referencia. Las proporciones de su cuerpo, pecho, cintura y caderas son una reproducción a escala de las de un reloj de arena. Los labios aún más gruesos y la melena aún más dorada. Todo llevado al exceso hasta la parodia.

Entre las brunettes, reina Elizabeth Taylor, que pasa de actriz infantil consorte de Lassie (“La cadena invisible”), a adolescente candorosa de belleza un tanto exótica debido a sus llamativos ojos de un imposible color violeta. Llevaba las cejas negras y tupidas pero muy bien definidas y angulosas. Por entonces, para darles más consistencia y grosor, solían aplicarse jabón con una brocha, las frotaban para empaparlas bien y luego se las cepillaban de nuevo peinándolas con la forma deseada. También se debe destacar su cutis privilegiado por uniforme y limpio, sin mácula, conseguido a fuerza de huir del sol y con los consiguientes lavados de cara en agua helada. Por otro lado, Liz Taylor es otro ejemplo, junto con Kim Novak o Lana Turner de que tener un cuerpo bien esculpido y tonificado no era necesario mientras llenases el sujetador y te apretases bien el corsé en la cintura. No existe en la época información sobre hábitos alimenticios saludables con repercusiones favorables sobre el aspecto físico. Si se pasaban con la bollería industrial lo compensaban con ayunos puntuales y proporcionales al desliz hiperglucémico.

Hay un cuidado sumo sobre el pelo. Los elaborados peinados de los años cincuenta requerían de un cabello moldeable y fuerte que además debía brillar para destacar las ondas y los cambios de tono que lo hacían tan dinámico y sensual, como un aviso del resto de curvas que se avecinaban de cuello para abajo. Una de las prácticas habituales era aplicar mascarillas de miel, dejarlas reposar y aclarar al cabo de unos minutos. Proporcionaban una gran hidratación al pelo y lo dejaban muy brillante. Y para evitar el acumulo de sebo en la raíz, al no poder lavarse el cabello a diario, se aplicaban en la misma polvos de talco para absorber la grasa y después lo cepillaban bien hasta eliminar el exceso. Lo cierto es que el perfume de los 50 debía ser bastante interesante.

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