Lo que el porno le debe a Brigitte Bardot y la influencia de Europa en Hollywood.

Primero en Italia, con el neorrealismo y un poco más tarde en Francia con la revolución visual de la Nouvelle Vague, a las órdenes de grandes directores de cine como Federico Fellini o Jean-Luc Godard, trabajaban otras divas quizás más terrenales, bastante peculiares y nada encorsetadas por el sistema de estudios de USA. Eran Sophia Loren, Brigitte Bardot, Catherine Deneuve, Claudia Cardinale o Gina Lollobrigida, por ejemplo. Todas ellas exportadas a un Hollywood hambriento de acento europeo.

Claudia Cardinale más cómoda en un set de rodaje que en un Spa.

              Sophia Loren es de formas tan rotundas como Marilyn o incluso más, representando el erotismo y el temperamento, como si produjera más estrógenos que nadie. Racial, morena tanto de cabello como de tez, con la boca enorme, de carcajada fácil y descarada, los ojos verdes y almendrados y los pómulos muy marcados y elevados, su belleza es más salvaje y mundana. Sin remilgos ni sublimaciones. Representa a una mujer real que fascina por su arrojo y su fuerza, frente a ese glamour antinatural e impostado de las chicas que consideran a los diamantes su mejor amigo. Sophia es una fantasía sexual ambulante pero que, paradójicamente y debido a la influencia de la educación cristiana y tradicional de su Italia natal, en realidad es “muy decente”. Aunque es arrolladoramente atractiva y emana sexo a cada zancada, debe quedar permanentemente claro que, de relaciones extramaritales, ni un pellizco, amico. En la misma línea su paisana Claudia Cardinale, también morena, con sus pestañas postizas muy espesas, su picardía y sus formas mamarias voluminosas es igualmente un “mírame, pero no me toques”. Son representantes de la doble moral cristiana de su tiempo -todo un tema recurrente en el neorrealismo-. Aunque por fin parece que las mujeres pueden ser humanas y valerse por sí mismas – con entidad propia fuera del mero adorno, recompensa del protagonista o del patético rol de dama en apuros – siguen recurriendo a la provocación sexual y dado que no se les permite tomar decisiones libremente, se van a la cama solas a no ser que haya una hincada de rodilla mediante.

Sophia no fue nunca a one night thing, nene

              Con las francesas, sin embargo, la cosa cambia un poco. Brigitte Bardot puso de moda el pelo cardado y el flequillo savage que se consigue cortando el pelo en forma de uve invertida desde el centro hasta los extremos, enmarcando los ojos. Este estilo es tan polivalente, en el sentido de que resulta favorecedor para casi cualquier tipo de rostro, que aún en la actualidad se ve en pasarelas y alfombras rojas de todo el mundo. Pero lo que también consiguió popularizar fueron los desnudos parciales y la libertad sexual a nivel de exhibición. En los primeros minutos de “Le mepris” (El desprecio, 1963) la actriz sale tumbada boca abajo en la cama junto a Michel Piccoli, su compañero de reparto, completamente desnuda, preguntándole a éste por lo que opina sobre cada una de las partes de su cuerpo reflejadas en un espejo situado en el techo. Brigitte Bardot, con su pelo largo y rubio, sus labios gruesos, sus ojos felinos redibujados con el eyeliner intensificado por un mayor grosor y prolongación de la cola, su mandíbula cuadrada y sus pómulos orgullosos, con ese gesto permanente de aburrimiento a punto del resoplido, posee una imagen tan poderosa e influyente en nuestro tiempo, tan extraordinariamente sexual, que la industria de la pornografía mainstream debería pagarle royalties por haber inspirado la base del modelo ideal de mujer deseable universal. Aunque por supuesto la reproducción del tipo se ha ido transformando hasta la degeneración y la chabacanería, la influencia es notable. Otros iconos posteriores como Kim Basinger, Claudia Schiffer o Pamela Anderson, se inspiraron directamente en esta mujer para componer su imagen.

Bridgitte Bardot y sí, eso es un pezón.

              Quentin Tarantino escribió el guión de “Pulp Fiction” incluyendo guiños – a veces plagios descarados-  a varios de sus directores favoritos. Por ejemplo, el personaje interpretado por Uma Thurman, la inolvidable Mia Wallace, lleva un corte de pelo muy parecido y, en general, una actitud calcada a la de Anna Karina, musa de Godard, en la mayoría de sus películas; muy particularmente en “Vivre sa vie”. Esta actriz danesa fue  una transición a la modernidad. En realidad, se llamaba Hanne Karin, pero cuando se presentó así ante Coco Chanel, ésta la rebautizó con un nombre más asequible y fácil de pronunciar, sabedora del gran potencial de la chica como modelo. Su estilo era sencillo, sin grandes artificios, pero bastante elegante; se podría decir que incluso intelectual. Llevaba el pelo largo, generalmente, pero no particularmente arreglado, con el flequillo más bien recto. Abusaba, como buena representante de los sesenta, del cat eye, al igual que la Bardot, línea del ojo gruesa y con cola, además de las pestañas postizas. Por lo demás utilizaba poco maquillaje y tonos naturales o nude en colorete y labial. Anna ha inspirado a actrices de la actualidad como Zooey Deschanel y podría ser por derecho propio la representante ancestral del estilo hípster femenino. Porque, ya sabes: “old is new”.

Anna Karina tan moderna en 1964 como hace quince minutos.

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