Estar buena por contrato pero cantarle las cuarenta al sexismo.

Reese Witherspoon, productora exitosa, activista social, actriz ganadora del Oscar y madre. Pero haciendo dieta toda la santa vida ¿eh?

Comenzó como un hashtag en las redes sociales en octubre de 2017. La frase “me too”, “yo también” en inglés, había sido usada durante tiempo atrás por la activista feminista Tarana Burke, pero el movimiento fue popularizado por la actriz Alyssa Milano, que utilizando esta frase animaba a otras compañeras para que denunciasen el trato misógino sufrido en la industria: “Si todas las mujeres que han sido acosadas o agredidas sexualmente hicieran un tuit con las palabras “Me too” podríamos mostrar a la gente la magnitud del problema” El centro del huracán de las miles de acusaciones fue el productor de cine Harvey Weinstein y algunas de las celebridades que saltaron a la palestra para denunciar haber sido víctimas de acoso sexual o agresión fueron, por ejemplo: Reese Witherspoon, Patricia Arquette, Anna Paquin o Evan Rachel Wood.

Salma Hayek es muy guapa de cara, a lo mejor no os habíais fijado nunca.

              La repercusión fue tal que llegó a otras áreas de la sociedad, como por ejemplo, la política. En cuanto a la influencia del movimiento sobre la imagen estética de las divas hollywoodienses es preciso señalar el notable cambio en el outfit en las apariciones públicas de diversas personalidades, como por ejemplo, la estrella mexicana Salma Hayek, que durante la mayor parte de su carrera se presentaba en los late nights americanos ataviada con vestidos ajustados, con escotes extremos e imposibles y haciendo bromas sexuales sobre su cuerpo. A partir de la era del empoderamiento (espantoso término) femenino, es difícil ver a Salma con algo distinto de un sobrio traje de chaqueta, al estilo Marlene Dietrich, y jamás omite ya alguna alusión a la misoginia sufrida en la industria cinematográfica. Por otro lado, Scarlett Johansson, por ejemplo, se quejaba en una rueda de prensa conjunta de por qué a su compañero de reparto en «Los vengadores», Jeremy Renner no le preguntaban también por el tipo de ropa interior que llevaba, hastiada de ser tratada como a una pieza de fruta fresca.

Scarlett Johansson, por fin considerada como actriz, aquí seguramente recordando cuando le tocó una teta Isaac Mizrahi en la alfombra roja de Los globos de oro de 2006.

              El hecho de que las mujeres hayan empezado a buscar la belleza en beneficio y satisfacción directamente propios, sin la  intención directa o única de agradar a terceros del sexo opuesto o de comerciar con sus bondades físicas, ha cambiado por completo la forma de verse guapa y también la metodología para conseguirlo. Las intervenciones dolorosas e invasivas como ciertos tipos de cirugía estética, que incluso son susceptibles de crear adicción, han dejado paso a tratamientos de medicina estética y aparatología en clínica ambulatoria combinados con cuidados domésticos adecuados y una rigurosa observación de los hábitos de vida. Belleza y bienestar, cada vez más hermanados.

Helen Mirren ni siquiera iba de guaperas por la vida y ya ves.

              Estrellas de cine como Helen Mirren, convertida en una diva deseada y admirada pasados bien a gusto los cincuenta años, han demostrado que ya no es un crimen envejecer, pero hay que hacerlo bien. Los métodos estéticos menos invasivos pero realizados de manera más asidua, como la radiofrecuencia facial o la microdermoabrasión, por ejemplo, son los más usados tanto por las actrices famosas como por la mujer de la calle que puede permitirse tratamientos de un coste infinitamente más moderado de lo que pudiera serlo la cirugía estética en años pasados.

Emma Stone, pecas las justas, maja.

              Se codicia una piel de pigmentación uniforme, inmaculada, que evoque salud, como prueba la eliminación casi total de las pecas que lucía Emma Stone en la primera parte de su carrera juvenil. Cuando recogió el Oscar a mejor intérprete principal en 2017 lucía un cutis perlado y luminoso producto de numerosos peelings químicos con AHA (alfahidroxiácidos) así como varias sesiones de IPL (Luz pulsada intensa) para aclarar todo resquicio de mácula en su cara y dar como resultado esa imagen radiante de lozanía y vigor, como si viviese sumergida en agua bendita.

Jennifer Lawrence con un bañador de látex de lo más incómodo; parece que le ha dado flato.

              Jennifer Lawrence, con su cuerpo femenino de formas redondeadas, dentro de una armonía que recuerda más a las divas de los años cuarenta del siglo pasado que al exceso de Marilyn o Sophia Loren, se coloca a la cabeza de las representantes de cuerpos saludables que no invocan a la insalubridad haciendo apología de la delgadez extrema como sinónimo de elegancia. Se pueden tener curvas y bustos prominentes mientras sostienes una copa de vino blanco y saltas butacas en el descanso de la ceremonia de los Oscar y aún así mantener un halo de carisma desenfadado la mar de peculiar. Asimismo, con los éxitos de la industria Marvel, que llena cines en todo el mundo, se crean una serie de contratos blindados con sus protagonistas para que lleven una dieta rigurosa y una tabla de ejercicios estricta que les permita conservar unos cuerpos atléticos y firmes, también dentro de lo saludable, para poder encarnar a héroes poderosos. Gal Gadot, protagonista de “Superwoman”, procura ejercitar su cuerpo tres veces por semana, al menos una hora en cada sesión y combinando Pilates y TRX, además de comer sano y equilibrado – sólo de pensarlo, me canso.-

Gal Gadot no sabe lo que es la pereza.

              Siguen existiendo los retoques para alcanzar la perfecta fotogenia, Margot Robbie, por ejemplo, se redibujó un poco la nariz y se hizo extirpar las bolas de Bichat para estilizar el rostro. Pero siguen siendo intervenciones mucho menos dramáticas que a las que estábamos acostumbrados en décadas precedentes. Lo curioso y desafortunado es que la propia Margot, al igual que Charlize Theron, son mujeres bellísimas que para poder demostrar su talento han de afearse en la ficción. Como si disimular la belleza fuera condición indispensable para no despistar sobre su talento. La primera lo hizo en su maravillosa interpretación de Tonya Harding en la estupenda y scorsesiana «Yo, Tonya» (2018) y la segunda un tiempito antes en «Monster» (2003), donde Theron engordó 22 kilos y fue caracterizada con un cutis tan churretoso, sucio y castigado como si hubiera pasado dos años con una mascarilla de pus de mono. Cualquier cosa con tal de robarle curro a Kathy Bates.

Margot Robbie muy profesional y estoica aguantando la cruz de ser tan guapa como buena actriz. Pobrecita, ¿no?

Otros ejemplos de este fenómeno de «simular la fealdad para la gloria» son Nicole Kidman, que ganó el Oscar al ponerse una prótesis de nariz – incluso Denzel Whasington hizo una brometa al entregarle la estatuilla en 2002– para encarnar a Virginia Woolf en «Las horas». Brie Larson, que igualmente se llevó la palma al desmaquillarse y dejarse caracterizar como la desmejoradísima víctima del confinamiento en una caseta de tres metros cuadrados en «Room» (2015). Y Halle Berry, que también afeó en la medida de sus posibilidades para llevarse el premio en 2001 por «Monster’s ball». A Tilda Swinton y a Glenn Close se las tomó en serio como actrices desde el primer minuto en que pisaron un set de rodaje; no te digo más. Cabe preguntarse, igualmente, si hay algún actor del género masculino que haya sido tildado de demasiado guapo para la interpretación. Brad Pitt ganó en febrero de 2020 el Oscar a mejor secundario frente a gente como Joe Pecsi -hay que ver- por interpretarse a sí mismo y, no sé cómo lo ves tú, pero yo creo que más guapo no se puede. Cuando Hollywood supere esta lacra ridícula, será un síntoma de que las cosas empiezan a ir bien, mientras tanto y hasta entonces, tenemos a Natalie Portman en «Cisne Negro» (2010).

Natalie Portman no es moco de pavo.

Del bótox a la indignación: Nicole Kidman no puede fruncir el ceño

Los primeros años del siglo XXI vienen marcados por la lucha internacional contra el terrorismo, especialmente agudizada tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 de las Torres Gemelas de Nueva York. La austeridad y la sobriedad son la tónica que rige la nueva imagen de un Hollywood que se pone serio para reflejar los graves problemas del mundo en el que se contextualiza. Comienza a haber papeles protagonistas de peso para mujeres y la edad media de los personajes principales se eleva; al fin se encuentra vida después de los 50. Actrices como Meryl Streep, Frances McDormand o Annette Bening, por ejemplo, encarnan a mujeres maduras y fuertes que pueden llevar todo el peso de la trama central en una película y llenar el patio de butacas y los bolsillos de los productores que las contratan. Algo impensable medio siglo atrás.

Meryl Streep luciendo medallas

              Evidentemente, no caduca el concepto de sex symbol, – ahora reciclado en heroínas de Marvel (chicas que podrían coger en brazos a Dwayne Johnson sin despeinarse) pero empiezan a tener más éxito las historias escritas, interpretadas y dirigidas por y para mujeres. Aunque a lo largo de la primera década aún persigue a las estrellas femeninas la cuenta atrás de la decrepitud y son muchas las que recurren a las inyecciones de tóxina botulínica para ver prolongada la vida de su rol como reclamo erótico; normalmente asociado a mejores resultados en taquilla.

A Catherine Zeta Jones se le fue tanto la mano con el bótox que entre «Oceans twelve» (2002) y «Chicago» (2004) tuvo que dejarse flequillo para disimular (tú fijate).

              La anorexia comienza a tratarse como la peligrosa epidemia que es y cada vez se cuida más el aspecto saludable de las estrellas. En Hollywood vuelven a verse curvas como signo de belleza. No en vano, Jennifer López asegura su trasero por valor de cinco millones de euros y unos pocos años después, Kim Kardashian multiplica por cuatro esa cifra para proteger el suyo; quizás atendiendo a la regla directamente proporcional del tamaño de sus posaderas.

Jennifer López artista multidisciplinar que también debe tener un máster en rentabilidad.

              Y en 2017 se destapa el escándalo sexual de Harvey Weinstein, dueño de Miramax y señor todopoderoso de la industria del cine. Un montón de actrices saltan a la palestra para acusarle de acoso sexual, agresión e incluso violación, en algún caso. A raíz de este suceso, son pocas aquellas que no tienen una historia truculenta que contar acerca del trato discriminatorio y vejatorio sufrido a lo largo de sus respectivas vidas profesionales. Se pone foco sobre la cosificación, el machismo y el abuso y se crea el movimiento me_too, que gracias a la velocidad de la corriente informativa en internet y la telefonía móvil, llega a todas las partes del mundo suponiendo una revolución en el pensamiento femenino y su exposición publica. Las mujeres comienzan a plantearse cuestiones que hasta ese momento eran obviadas. Al nivel del tema que nos ocupa, el desprenderse del yugo de la voluntad masculina, esto es, el plantearse si una mujer se viste de manera “provocativa”, por ejemplo, por gusto personal o con el fin principal de seducir a un hombre, condiciona por completo la imagen que ésta, a partir de tal disyuntiva, querrá ofrecer al mundo. Digamos que los escotes pronunciados ya no volverán a ser escotes y ya está.

Nicole Kidman tan natural aquí como un anuncio de Central Lechera Asturiana

En 2014, la actriz Nicole Kidman declaró al diario italiano La Reppublica: «Nunca me he sometido a cirugía, pero sí probé la toxina botulínica, por desgracia. Lo dejé y ahora, finalmente, puedo mover mi cara de nuevo». Dejando a un lado la mendacidad desternillante que supura de la primera parte de esta declaración, la exmujer del cienciólogo más famoso del mundo no fue la única en sucumbir a las promesas de un cutis terso por obra y gracia de la parálisis muscular ocasionada por la inyección de bótox; otras, como Courteney Cox tuvieron que dejar de manipularse el rostro cuando ya no se reconocían en el espejo e incluso la propia Julia Roberts admitió haberlo probado: “Probé el bótox una vez y durante varios meses parecía que estaba siempre sorprendida. No me veía bien (…) Tengo tres niños que deberían saber qué es lo que estoy sintiendo cuando lo estoy sintiendo. Lo cierto es que la toxina botulínica, la cirugía palpebral (para hacer los ojos rasgados y felinos a fuerza de recortar piel sobrante del párpado fijo superior) así como el aumento del grosor de los labios, crearon toda una línea de mujeres casi clónicas tras haber pasado por el tamiz de las mismas técnicas estéticas. Meg Ryan rellenó tantas veces sus labios pasada la cuarentena, que resultaba difícil volver a relacionarla con roles de mujer común con candor y frescura juvenil cuando prácticamente parecía la versión drag queen de un pato. Catherine Zeta Jones, con el fin de conservar a los cincuenta las facciones exactas de sus treinta años, también se pasó con las inyecciones y los recortes; y algunas como Renée Zellweger causaron tanto estupor como polémica al aparecer irreconocibles tras unas vacaciones en el quirófano. Esta última se deshizo de tanto tejido palpebral que cambió por completo la expresión de su rostro, caracterizado por unos ojos achinados en sonrisa perpetua.

Por lo visto, con todo el párpado que le recortaron a Renée Zellweger tenían para hacerle un neceser.

              Lo cierto es que estas extremas operaciones faciales atentaban contra el principio de la profesión de las actrices de Hollywood, que era y es el uso de su gestualidad para transmitir emociones. Pronto, otras contemporáneas de las adictas a la estética drástica se opusieron a este tipo de prácticas, precisamente por dicha realidad. Paralizar la cara es a la interpretación lo que sería quedarse parapléjico al atletismo.

              Profesionales de la actuación a la par que bellísimas mujeres como Rachel Weisz o Kate Winslet se opusieron a la cirugía y particularmente al bótox. Emma Thompson declaró: «El botox sería una terrible traición hacia todo en lo que creo. No le veo ningún sentido. Tengo 50 años y pienso ¿por qué no puedo tener 50 años?, ¿qué tiene de malo? Me encantaría poder lavarles el cerebro a todas las mujeres del mundo y explicarles que no importa su aspecto. Es una obsesión insana». Aunque a la luz pulsada y a las inyecciones de ácido hialurónico no les hace ascos, la buena de Emma.

Kate Winslet cuando era una jovencita y antes de mosquearse con el bótox, recién dejado su oficio de charcutera.

Rompiendo una lanza en favor de la toxina botulínica, lo cierto, es que los últimos años ha vivido una importante evolución en positivo. Se utiliza menos cantidad y la duración de los efectos es asimismo más baja. Actualmente, un vial en el tercio superior del rostro tiene su mayor efecto a partir de los 15 días y hasta tres meses después de la inyección. Lo clave y fundamental para tener confianza en este tipo de tratamiento es poseer un buen asesoramiento y seguir las recomendaciones, así como saber en qué zonas no es aconsejable. Las arrugas de la frente, el entrecejo y las consabidas patas de gallo serían las dianas sobre las cuales el bótox posee una mayor eficiencia, mientras que las mejillas o la zona peribucal serían patrimonio exclusivo de las mesoterapias de ácido hialurónico o bien de estimuladores para la producción de colágeno como la policaprolactona o la hidroxiapatita cálcica. Hoy día, el tratamiento de rejuvenecimiento con toxina botulínica es uno de los más satisfactorios entre las consumidoras habituales de medicina estética y, consecuentemente de los más demandados entre la «mujer común».

Rachel Weisz, naces así y no te tose nadie, claro.

Esta boca es mía: la heredé de Julia Roberts

Julia Roberts relajando la cara hasta la próxima carcajada batiente

Pretty Woman (1990), producción de Disney -valga la paradoja tratándose de la historia de amor entre un yuppie y una puta-, se convirtió en uno de los paradigmas de la comedia romántica, el género más popular de la década, junto con el del thriller lujurioso. La iban a protagonizar Meg Ryan y Al Pacino; una combinación más insólita e incongruente que el chorizo frito con Nocilla pero por suerte estaban ocupados con compromisos previos y rechazaron un proyecto que a priori consideraron menor. Julia Roberts apenas era conocida y tenía tan sólo veintidós años cuando protagonizó el film junto a Richard Gere (de 40 primaveras). Su sonrisa de boca enorme y labios gruesos, idéntica a la de su hermano Eric y por tanto presumiblemente genética – al menos al principio-, se convirtió en la más rentable de la historia de Hollywood y en una característica sine qua non para reinar en Hollywood a partir de entonces. Después de ella, otras actrices han rellenado sus ya de por sí turgentes labios para hacerse con el trono durante un tiempo: Angelina Jolie – hija de Jon Voight, que ya tenía su buena bocaza -, Scarlett Johansson -portadora de unos labios voluminosos desde la pubertad en “El hombre que susurraba a los caballos” (1998) pero que se fueron engrosando exponencialmente a lo largo de su edad adulta-, Anne Hathaway, Monica Bellucci, Liv Tyler o Megan Fox son algunos nombres destacables de dueñas de bocas carnosas de origen no enteramente genético. Todo requiere un mantenimiento.

Liv Tyler, contenta de haber heredado de su padre la boca y no los estragos del rock and roll

A partir de los 25 años comienza el proceso de envejecimiento -si no lo sabías, siento haberte jodido el día -. Nuestro cuerpo deja de producir en la misma medida colágeno y elastina, fibras que se encuentran en la dermis y que son responsables de la elasticidad y turgencia de la piel. Los primeros aumentos labiales se realizaron con inyecciones directas de colágeno. Material que no era reabsorbible, de manera que una mala práxis en la ejecución o un cálculo torpe a la hora de decidir las cantidades podía devenir en un aspecto francamente antinatural o incluso en una malformación ad eternum. No son pocas las mujeres que, insatisfechas con el resultado, tuvieron que someterse a dolorosas y un tanto carniceras operaciones de extracción de implantes inadecuados – ya fuera por exceso, migración, deformidad o incluso encapsulamiento (cursando con dolor y endurecimiento) -. En la actualidad, se ha mejorado notablemente la técnica y el material utilizado es ácido hialurónico reticulado, realizándose de manera ambulatoria en clínicas de medicina estética. Es completamente reabsorbible por el cuerpo al cabo de entre 6 y 12 meses, dependiendo del fabricante y su formulación y actualmente se han popularizado también las hidrataciones – nutrición de la mucosa para conservar un aspecto joven y jugoso sin aumentar volumen, trabajando en la densidad – y contornos, en busca de la simetría o nuevo dibujo de los labios, que en combinación con la micropigmentación llegan a conseguir diseños auténticamente espectaculares de bocas.

Monica Bellucci jugando con el tomate del plato de spaghetti que no se va a comer.

              En el caso de las rinoplastias, la mayor parte de las operaciones se basaban en recortar o quitar y no en añadir para dar forma, de modo que las narices eran del estilo de la citada de Michelle Pfeiffer. Un pequeño triángulo perfecto más parecido al de un dibujo manga que al de una mujer real. Resultaba excesivamente obvio en cuanto a artificial y, en consecuencia, poco atractivo.

              Con el tiempo se han ido perfeccionando y haciendo más sutiles y perfectas. Son, junto con las bichectomías, las operaciones obligadas en Hollywood, por encima de los implantes mamarios o los rellenos labiales. Una nariz proporcionada con el resto de rasgos del rostro es básica para considerar bella y armónica una cara. Actualmente, se distinguen varios tipos de rinoplastias y precios dependiendo de si se toca solamente cartílago o se llega a modificar el tabique – que es mucho más caro y aparatoso -. Algunas divas de Hollywood de los últimos años que se han retocado la nariz son: Jennifer Aniston -cuya herencia griega (Yannis Anastasakis, se llama la pájara) la hacía portadora de un naso la mar de prominente-, Natalie Portman – estrechándola muy sutilmente y casi acompañando a su crecimiento desde “León, El profesional” (1994) hasta “Cisne Negro” (2010), Winona Ryder, Nicole Kidman y, por supuesto, Blake Lively, son algunos ejemplos representativos.

Winona, sólo un toquecito; todo lo demás zumos detox.

Cuidado con Paloma que me han dicho que es de goma.

Sharon Stone se encargó de difundir su pertenencia a Mensa y su CI de geniecilla, para luego poder poner esta clase de gesto en las fotos de estudio.

Tras la caída del muro de Berlín y el derrumbamiento de la URRS, comienza una década que perpetúa ese gozoso festival que fueron los ochenta aderezándolo con novedosos avances tecnológicos y con una mirada fascinada y permanente hacia el futuro. Los retoques con cirugía plástica están a la orden del día. Desde Michael Jackson aclarándose la piel hasta adquirir tono lechoso y operarse en sucesivas intervenciones la nariz para hacerla parecer lo menos “negra” posible, hasta Michelle Pfeiffer, ataviada con unos labios gruesos y turgentes, como si se hubiese caído de boca o padeciese algún problema de hipertrofia en la mucosa; pasando por innumerables liftings faciales de todas y cada una de las glorias cinematográficas que avistaban la menopausia en el horizonte. No se libraba nadie de corregir, rellenar, cortar o levantar.     

Michelle Pfeiffer con una rinoplastia de rey del pop y unos labios de mero, fue igualmente una de las mujeres más bellas e influyentes en la estética de su tiempo y los venideros.

          En la televisión norteamericana, trampolín y a la vez anexo de Hollywood triunfan series como Friends” (1994-2004), donde sus tres personajes femeninos representan a mujeres diez: trabajadoras, inteligentes, independientes, divertidas, sexys y muy atractivas. Y en la segunda mitad de la década de los noventa, además, muy delgadas. Ally McBeal” (1997-2002), que contaba las aventuras de una abogada neurótica, con fobia al compromiso, adicta al romance y la fantasía y con un cierto furor uterino, erige durante un tiempo a Calista Flockhart como uno de los dos grandes mitos sexuales del momento junto a Jennifer Aniston. Como ejemplo de la querencia patológica por la extrema delgadez, cabe reseñar que entorno a la forma física de la protagonista giraron numerosos rumores respecto a su posible anorexia confirmados por ella misma tiempo después. Asimismo, otras estrellas del show como Portia de Rossi padecieron la misma enfermedad y Courtney Thorn-Smith confesó que tuvo que abandonar la serie por padecer serios problemas de desorden alimenticio y obsesión por su cuerpo a raíz de que en el contrato de todas ellas se exigiese de manera velada que mantuviesen un peso concreto, tan bajo que rozaba el raquitismo, a juzgar por su aspecto en los últimos episodios en los que colaboró. También en Friends es notable la bajada de kilos tanto en Jennifer Aniston como en Courtney Cox -Rachel y Monica, respectivamente- a partir de la quinta temporada de la serie, coincidiendo con el penoso boom de los llamados “skinny bodies”. Por esta razón, una de las operaciones de estética más prolíficas en estos años, junto con las rinoplastias extremas, es la liposucción. Además de la aparición masiva de dietas rápidas y milagrosas que prometían adelgazar diez kilos en dos semanas a base de sopa de apio. Regímenes yoyó que contribuían a crear malnutrición y desórdenes alimenticios preocupantes. Las mujeres de todo el mundo acudían al quirófano para deshacerse más rápida y drásticamente de la grasa sobrante para no parecer “monstruos curvilíneos”, que decía Karl Lagerfeld, famoso diseñador de moda de la época y gordófobo reconocido. De hecho, aunque la liposucción fue inventada en 1985 por un médico francés, Pierre Furnier, fue en 1997, tras la liposucción mediante láser – menos nociva para la salud que la realizada a través de una cánula, que solía implicar una elevada pérdida de sangre – y la lipoescultura – que utilizaba grasa de unas partes del cuerpo para rellenar y moldear otras – llegó la liposucción con ultrasonidos que era susceptible de hacerse de manera ambulatoria.

Calista Flockhart que no era pacifista pero tenía tanta masa grasa como Gandhi.

Los thrillers de terror psicológico cuajan la taquilla, casi siempre con muy obvios connotantes sexuales. El cruce de piernas de Sharon Stone es la perfecta definición del espíritu de la época. Se popularizan los ridículos paseíllos en pelotas tras los poscoitos peligrosos, acusan a Michael Douglas de adicción al sexo – su padre Kirk declara: «¿pero eso es una adicción?» y cada vez es más difícil de disimular que la gente corriente se erotiza muy fuerte en ambientes de oficina. El sexo ilícito en traje de chaqueta y la normalización de la mujer en puestos de poder obliga a experimentar con zafios argumentos de inversión de roles, como en «Acoso» (1994), fallido y sonrojante film de Barry Levinson donde otro estandarte de los noventa, Demi Moore, asume el papel de violadora «empoderada», que te obliga a ser felado para ascender – una auténtica e insultante fantasía de guionista pajillero (que me perdone Michael Crichton) -.

Demi Moore, siempre pensando en armarla.

La mujer está destinada a ser o bien la novia de América, una chica enrollada y dulcinea al estilo de Meg Ryan que lo mismo te pone un piso que te prepara un sandwich, que te finje un orgasmo -pero así, en broma, claro- o la continuación de la fatalidad creada por Glenn Close en el hit de Adrian Lyne; como Rebecca De Mornay («La mano que mece la cuna», 1992), Sharon Stone o Linda Fiorentino («La última seducción», 1994). Aún atrapadas todas ella en la dicotomía: o la belleza y la virtud o el sex appeal y la perdición.

Meg Ryan en la época en que comenzó a «asalchicharse» el labio superior.

Nueve semanas y media de bronceado caribeño.

Sigourney Weaver preparada para la verbena, pues no todo va a ser matar aliens.

Tras la explosión de la independencia femenina que fue de la mano del boom de las separaciones, llegó la exploración. Desde la década de los sesenta hasta finales de los setenta hubo un aumento de la tasa de divorcios en EEUU del 250%. La generación de los llamados boomers pusieron de moda la separación, asociada a la liberación y al haber fracasado, aprendido y reconstruido para reinventarse a uno mismo. La mujer de entonces está un poco perdida entre tanta imprecisión emocional. Prima la ambigüedad del pensamiento, una especie del “todo vale” que la hace nadar en un mar ideológico de ambivalencia. El movimiento punk es una rebeldía descarada y ultra decadente frente al statu quo tradicional. En los ochenta circulan con tanta alegría y libertad las drogas y la promiscuidad sexual como si de un buffet libre se tratase. Kim Basinger, una actriz escultural, exmodelo fotográfica y ex miss Georgia se convierte en el sex symbol por antonomasia. Alta, rubia, con los ojos azules, curvilínea pero atlética y con los rasgos tan sensuales y bien definidos como los de cualquier diva de los años cuarenta -recordemos que fue la época más exigente con la simetría de todo el siglo XX- en Nueve semanas y media” (1986) populariza el peinado bob rizado, desenfadado, como si no se hubiese peinado en la vida y se recortase la melena ella misma, nada más salir de la ducha. El lápiz de ojos por la parte interna del párpado un poco corrido, como producto de un mal desmaquillado la noche anterior, se denominó look resaca y efectivamente simboliza un estilo de vida un tanto disoluto y a la deriva. Su personaje, Elizabeth, es una mujer divorciada, un poco deprimida, dueña de su propio estudio de diseño que se topa con un yuppie – paradigmático hombre de negocios de la época más fulgurante de Wall Street – que es el hedonismo hasta la depravación hecha hombre. Ella se deja llevar por las dinámicas licenciosas del sátiro galán interpretado por Mickey Rourke y protagoniza escenas de un tórrido que roza lo escandaloso, aunque hoy día nos ruborice un poco, por vergonzante, ver a un par de treintañeros jugando con las sobras de la nevera en los preliminares sexuales. Deja para la historia otro estriptis mítico al son del éxito de Joe Cocker “You can leave your hat on” que demuestra hasta qué punto la mujer había llegado a la cúspide de su sexualización más utilitarista al servicio directo del machismo imperante.

Kim Basinger actualizando el clásico.

              En este momento de la historia las mujeres podían trabajar y valerse por sí mismas, pero sin dejar de explotar su faceta sexual. Otros éxitos de entonces como “Armas de mujer”, con Sigourney Weaver y Melanie Griffith a la cabeza, lo demuestran, con la famosa cita esgrimida por el personaje de la segunda: “Tengo una cabeza para las finanzas y un cuerpo para el pecado”. De hecho, si una de estas muñecas sexys se pasaba de la raya confundiendo sus funciones en un mundo de hombres, era tildada de villana psicópata. En Atracción fatal”, Glenn Close, con un bronceado tropical extremo – se aprecia el contraste con la blancura natural de su piel en el desnudo integral donde se ve la marca de la parte de arriba del bikini, que entonces era un must en el look de cama – y una permanente encrespada, seduce a un Michael Douglas casado, gracias también a su actitud de femme fatale y ninfómana dispuesta a todo. Cuando reclama más atención tradicional tras la aventura sexual, el guión da un giro convirtiéndola en una loca rompe-hogares. Los ochenta fueron bastante maniqueos en ese sentido: o santa o puta. Siendo lo primero, lo más probable es que la dama en cuestión fuese relegada a un papel secundario como mujer del presidente en una intriga política de Harrison Ford –el efecto Anne Archer– y, si era lo segundo, probablemente el destino esperable no fuese enteramente feliz. Ser independiente tenía un coste.

              En esta década de hombreras y mucha laca en la melena crespa, se empieza a extender el uso de lámparas de rayos uva, para pronunciar ese bronceado californiano que difícilmente se obtenía naturalmente a no ser que vivieras asida a un yate de lujo todo el año o fueses Farrah Fawcett. Las sombras de ojos son de colores verdes y malvas estridentes, así cono las barras de labios metalizadas y en colores duros como azules, plata o incluso negro, reflejo del estilo punk filtrado por el capitalismo más agresivo. Jerséis anchos de punto de lana grueso, minifaldas vaqueras, calentadores al estilo de Flashdance” (1983), permanentes extremas, un hombro al aire, labios carnosos y la inclusión de la silicona. La popularización de operaciones de pecho con prótesis de silicona es de esta época; aunque la primera tuvo lugar en 1962. Normalmente las formas son bastante inverosímiles, demasiado redondas y de apariencia marmólea, nada natural. Sin embargo, son intervenciones infinitamente más sofisticadas que las técnicas para aumentar el volumen del busto que se utilizaban en tiempos no mucho más antiguos. A principios del siglo XX las mujeres francesas se colocaban grandes ventosas en los pechos para conseguir que estos creciesen.

              No obstante, hay auténticas historias de terror con respecto a los implantes mamarios. En 1992 las prótesis de silicona se prohibieron en EEUU debido a que se creía que causaban problemas autoinmunes y en su lugar se utilizaron prótesis rellenas de suero salino. También hemos escuchado en la cultura popular patria, que por la presión de un viaje en avión pueden llegar a explotarte los pechos o que dependiendo del tipo de silicona se pueden encapsular los implantes o ser rechazados por el organismo. Lo cierto es que se calcula que a los 10 años se rompen un 5,7% de los implantes y que la vida media de los implantes (rotura del 50%) se ve entre los 20 y 25 años tras la implantación. La mayoría de las usuarias de tetas nuevas están contentas con el resultado y no han tenido ningún problema de salud.

Aquí Susan Sarandon como colofón, pues no se puede hablar de pechos y de los ochenta y no aludir a ella (aunque los suyos son for free).