Nueve semanas y media de bronceado caribeño.

Sigourney Weaver preparada para la verbena, pues no todo va a ser matar aliens.

Tras la explosión de la independencia femenina que fue de la mano del boom de las separaciones, llegó la exploración. Desde la década de los sesenta hasta finales de los setenta hubo un aumento de la tasa de divorcios en EEUU del 250%. La generación de los llamados boomers pusieron de moda la separación, asociada a la liberación y al haber fracasado, aprendido y reconstruido para reinventarse a uno mismo. La mujer de entonces está un poco perdida entre tanta imprecisión emocional. Prima la ambigüedad del pensamiento, una especie del “todo vale” que la hace nadar en un mar ideológico de ambivalencia. El movimiento punk es una rebeldía descarada y ultra decadente frente al statu quo tradicional. En los ochenta circulan con tanta alegría y libertad las drogas y la promiscuidad sexual como si de un buffet libre se tratase. Kim Basinger, una actriz escultural, exmodelo fotográfica y ex miss Georgia se convierte en el sex symbol por antonomasia. Alta, rubia, con los ojos azules, curvilínea pero atlética y con los rasgos tan sensuales y bien definidos como los de cualquier diva de los años cuarenta -recordemos que fue la época más exigente con la simetría de todo el siglo XX- en Nueve semanas y media” (1986) populariza el peinado bob rizado, desenfadado, como si no se hubiese peinado en la vida y se recortase la melena ella misma, nada más salir de la ducha. El lápiz de ojos por la parte interna del párpado un poco corrido, como producto de un mal desmaquillado la noche anterior, se denominó look resaca y efectivamente simboliza un estilo de vida un tanto disoluto y a la deriva. Su personaje, Elizabeth, es una mujer divorciada, un poco deprimida, dueña de su propio estudio de diseño que se topa con un yuppie – paradigmático hombre de negocios de la época más fulgurante de Wall Street – que es el hedonismo hasta la depravación hecha hombre. Ella se deja llevar por las dinámicas licenciosas del sátiro galán interpretado por Mickey Rourke y protagoniza escenas de un tórrido que roza lo escandaloso, aunque hoy día nos ruborice un poco, por vergonzante, ver a un par de treintañeros jugando con las sobras de la nevera en los preliminares sexuales. Deja para la historia otro estriptis mítico al son del éxito de Joe Cocker “You can leave your hat on” que demuestra hasta qué punto la mujer había llegado a la cúspide de su sexualización más utilitarista al servicio directo del machismo imperante.

Kim Basinger actualizando el clásico.

              En este momento de la historia las mujeres podían trabajar y valerse por sí mismas, pero sin dejar de explotar su faceta sexual. Otros éxitos de entonces como “Armas de mujer”, con Sigourney Weaver y Melanie Griffith a la cabeza, lo demuestran, con la famosa cita esgrimida por el personaje de la segunda: “Tengo una cabeza para las finanzas y un cuerpo para el pecado”. De hecho, si una de estas muñecas sexys se pasaba de la raya confundiendo sus funciones en un mundo de hombres, era tildada de villana psicópata. En Atracción fatal”, Glenn Close, con un bronceado tropical extremo – se aprecia el contraste con la blancura natural de su piel en el desnudo integral donde se ve la marca de la parte de arriba del bikini, que entonces era un must en el look de cama – y una permanente encrespada, seduce a un Michael Douglas casado, gracias también a su actitud de femme fatale y ninfómana dispuesta a todo. Cuando reclama más atención tradicional tras la aventura sexual, el guión da un giro convirtiéndola en una loca rompe-hogares. Los ochenta fueron bastante maniqueos en ese sentido: o santa o puta. Siendo lo primero, lo más probable es que la dama en cuestión fuese relegada a un papel secundario como mujer del presidente en una intriga política de Harrison Ford –el efecto Anne Archer– y, si era lo segundo, probablemente el destino esperable no fuese enteramente feliz. Ser independiente tenía un coste.

              En esta década de hombreras y mucha laca en la melena crespa, se empieza a extender el uso de lámparas de rayos uva, para pronunciar ese bronceado californiano que difícilmente se obtenía naturalmente a no ser que vivieras asida a un yate de lujo todo el año o fueses Farrah Fawcett. Las sombras de ojos son de colores verdes y malvas estridentes, así cono las barras de labios metalizadas y en colores duros como azules, plata o incluso negro, reflejo del estilo punk filtrado por el capitalismo más agresivo. Jerséis anchos de punto de lana grueso, minifaldas vaqueras, calentadores al estilo de Flashdance” (1983), permanentes extremas, un hombro al aire, labios carnosos y la inclusión de la silicona. La popularización de operaciones de pecho con prótesis de silicona es de esta época; aunque la primera tuvo lugar en 1962. Normalmente las formas son bastante inverosímiles, demasiado redondas y de apariencia marmólea, nada natural. Sin embargo, son intervenciones infinitamente más sofisticadas que las técnicas para aumentar el volumen del busto que se utilizaban en tiempos no mucho más antiguos. A principios del siglo XX las mujeres francesas se colocaban grandes ventosas en los pechos para conseguir que estos creciesen.

              No obstante, hay auténticas historias de terror con respecto a los implantes mamarios. En 1992 las prótesis de silicona se prohibieron en EEUU debido a que se creía que causaban problemas autoinmunes y en su lugar se utilizaron prótesis rellenas de suero salino. También hemos escuchado en la cultura popular patria, que por la presión de un viaje en avión pueden llegar a explotarte los pechos o que dependiendo del tipo de silicona se pueden encapsular los implantes o ser rechazados por el organismo. Lo cierto es que se calcula que a los 10 años se rompen un 5,7% de los implantes y que la vida media de los implantes (rotura del 50%) se ve entre los 20 y 25 años tras la implantación. La mayoría de las usuarias de tetas nuevas están contentas con el resultado y no han tenido ningún problema de salud.

Aquí Susan Sarandon como colofón, pues no se puede hablar de pechos y de los ochenta y no aludir a ella (aunque los suyos son for free).

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