Del bótox a la indignación: Nicole Kidman no puede fruncir el ceño

Los primeros años del siglo XXI vienen marcados por la lucha internacional contra el terrorismo, especialmente agudizada tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 de las Torres Gemelas de Nueva York. La austeridad y la sobriedad son la tónica que rige la nueva imagen de un Hollywood que se pone serio para reflejar los graves problemas del mundo en el que se contextualiza. Comienza a haber papeles protagonistas de peso para mujeres y la edad media de los personajes principales se eleva; al fin se encuentra vida después de los 50. Actrices como Meryl Streep, Frances McDormand o Annette Bening, por ejemplo, encarnan a mujeres maduras y fuertes que pueden llevar todo el peso de la trama central en una película y llenar el patio de butacas y los bolsillos de los productores que las contratan. Algo impensable medio siglo atrás.

Meryl Streep luciendo medallas

              Evidentemente, no caduca el concepto de sex symbol, – ahora reciclado en heroínas de Marvel (chicas que podrían coger en brazos a Dwayne Johnson sin despeinarse) pero empiezan a tener más éxito las historias escritas, interpretadas y dirigidas por y para mujeres. Aunque a lo largo de la primera década aún persigue a las estrellas femeninas la cuenta atrás de la decrepitud y son muchas las que recurren a las inyecciones de tóxina botulínica para ver prolongada la vida de su rol como reclamo erótico; normalmente asociado a mejores resultados en taquilla.

A Catherine Zeta Jones se le fue tanto la mano con el bótox que entre «Oceans twelve» (2002) y «Chicago» (2004) tuvo que dejarse flequillo para disimular (tú fijate).

              La anorexia comienza a tratarse como la peligrosa epidemia que es y cada vez se cuida más el aspecto saludable de las estrellas. En Hollywood vuelven a verse curvas como signo de belleza. No en vano, Jennifer López asegura su trasero por valor de cinco millones de euros y unos pocos años después, Kim Kardashian multiplica por cuatro esa cifra para proteger el suyo; quizás atendiendo a la regla directamente proporcional del tamaño de sus posaderas.

Jennifer López artista multidisciplinar que también debe tener un máster en rentabilidad.

              Y en 2017 se destapa el escándalo sexual de Harvey Weinstein, dueño de Miramax y señor todopoderoso de la industria del cine. Un montón de actrices saltan a la palestra para acusarle de acoso sexual, agresión e incluso violación, en algún caso. A raíz de este suceso, son pocas aquellas que no tienen una historia truculenta que contar acerca del trato discriminatorio y vejatorio sufrido a lo largo de sus respectivas vidas profesionales. Se pone foco sobre la cosificación, el machismo y el abuso y se crea el movimiento me_too, que gracias a la velocidad de la corriente informativa en internet y la telefonía móvil, llega a todas las partes del mundo suponiendo una revolución en el pensamiento femenino y su exposición publica. Las mujeres comienzan a plantearse cuestiones que hasta ese momento eran obviadas. Al nivel del tema que nos ocupa, el desprenderse del yugo de la voluntad masculina, esto es, el plantearse si una mujer se viste de manera “provocativa”, por ejemplo, por gusto personal o con el fin principal de seducir a un hombre, condiciona por completo la imagen que ésta, a partir de tal disyuntiva, querrá ofrecer al mundo. Digamos que los escotes pronunciados ya no volverán a ser escotes y ya está.

Nicole Kidman tan natural aquí como un anuncio de Central Lechera Asturiana

En 2014, la actriz Nicole Kidman declaró al diario italiano La Reppublica: «Nunca me he sometido a cirugía, pero sí probé la toxina botulínica, por desgracia. Lo dejé y ahora, finalmente, puedo mover mi cara de nuevo». Dejando a un lado la mendacidad desternillante que supura de la primera parte de esta declaración, la exmujer del cienciólogo más famoso del mundo no fue la única en sucumbir a las promesas de un cutis terso por obra y gracia de la parálisis muscular ocasionada por la inyección de bótox; otras, como Courteney Cox tuvieron que dejar de manipularse el rostro cuando ya no se reconocían en el espejo e incluso la propia Julia Roberts admitió haberlo probado: “Probé el bótox una vez y durante varios meses parecía que estaba siempre sorprendida. No me veía bien (…) Tengo tres niños que deberían saber qué es lo que estoy sintiendo cuando lo estoy sintiendo. Lo cierto es que la toxina botulínica, la cirugía palpebral (para hacer los ojos rasgados y felinos a fuerza de recortar piel sobrante del párpado fijo superior) así como el aumento del grosor de los labios, crearon toda una línea de mujeres casi clónicas tras haber pasado por el tamiz de las mismas técnicas estéticas. Meg Ryan rellenó tantas veces sus labios pasada la cuarentena, que resultaba difícil volver a relacionarla con roles de mujer común con candor y frescura juvenil cuando prácticamente parecía la versión drag queen de un pato. Catherine Zeta Jones, con el fin de conservar a los cincuenta las facciones exactas de sus treinta años, también se pasó con las inyecciones y los recortes; y algunas como Renée Zellweger causaron tanto estupor como polémica al aparecer irreconocibles tras unas vacaciones en el quirófano. Esta última se deshizo de tanto tejido palpebral que cambió por completo la expresión de su rostro, caracterizado por unos ojos achinados en sonrisa perpetua.

Por lo visto, con todo el párpado que le recortaron a Renée Zellweger tenían para hacerle un neceser.

              Lo cierto es que estas extremas operaciones faciales atentaban contra el principio de la profesión de las actrices de Hollywood, que era y es el uso de su gestualidad para transmitir emociones. Pronto, otras contemporáneas de las adictas a la estética drástica se opusieron a este tipo de prácticas, precisamente por dicha realidad. Paralizar la cara es a la interpretación lo que sería quedarse parapléjico al atletismo.

              Profesionales de la actuación a la par que bellísimas mujeres como Rachel Weisz o Kate Winslet se opusieron a la cirugía y particularmente al bótox. Emma Thompson declaró: «El botox sería una terrible traición hacia todo en lo que creo. No le veo ningún sentido. Tengo 50 años y pienso ¿por qué no puedo tener 50 años?, ¿qué tiene de malo? Me encantaría poder lavarles el cerebro a todas las mujeres del mundo y explicarles que no importa su aspecto. Es una obsesión insana». Aunque a la luz pulsada y a las inyecciones de ácido hialurónico no les hace ascos, la buena de Emma.

Kate Winslet cuando era una jovencita y antes de mosquearse con el bótox, recién dejado su oficio de charcutera.

Rompiendo una lanza en favor de la toxina botulínica, lo cierto, es que los últimos años ha vivido una importante evolución en positivo. Se utiliza menos cantidad y la duración de los efectos es asimismo más baja. Actualmente, un vial en el tercio superior del rostro tiene su mayor efecto a partir de los 15 días y hasta tres meses después de la inyección. Lo clave y fundamental para tener confianza en este tipo de tratamiento es poseer un buen asesoramiento y seguir las recomendaciones, así como saber en qué zonas no es aconsejable. Las arrugas de la frente, el entrecejo y las consabidas patas de gallo serían las dianas sobre las cuales el bótox posee una mayor eficiencia, mientras que las mejillas o la zona peribucal serían patrimonio exclusivo de las mesoterapias de ácido hialurónico o bien de estimuladores para la producción de colágeno como la policaprolactona o la hidroxiapatita cálcica. Hoy día, el tratamiento de rejuvenecimiento con toxina botulínica es uno de los más satisfactorios entre las consumidoras habituales de medicina estética y, consecuentemente de los más demandados entre la «mujer común».

Rachel Weisz, naces así y no te tose nadie, claro.

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