Estar buena por contrato pero cantarle las cuarenta al sexismo.

Comenzó como un hashtag en las redes sociales en octubre de 2017. La frase “me too”, “yo también” en inglés, había sido usada durante tiempo atrás por la activista feminista Tarana Burke, pero el movimiento fue popularizado por la actriz Alyssa Milano, que utilizando esta frase animaba a otras compañeras para que denunciasen el trato misógino sufrido en la industria: “Si todas las mujeres que han sido acosadas o agredidas sexualmente hicieran un tuit con las palabras “Me too” podríamos mostrar a la gente la magnitud del problema” El centro del huracán de las miles de acusaciones fue el productor de cine Harvey Weinstein y algunas de las celebridades que saltaron a la palestra para denunciar haber sido víctimas de acoso sexual o agresión fueron, por ejemplo: Reese Witherspoon, Patricia Arquette, Anna Paquin o Evan Rachel Wood.

La repercusión fue tal que llegó a otras áreas de la sociedad, como por ejemplo, la política. En cuanto a la influencia del movimiento sobre la imagen estética de las divas hollywoodienses es preciso señalar el notable cambio en el outfit en las apariciones públicas de diversas personalidades, como por ejemplo, la estrella mexicana Salma Hayek, que durante la mayor parte de su carrera se presentaba en los late nights americanos ataviada con vestidos ajustados, con escotes extremos e imposibles y haciendo bromas sexuales sobre su cuerpo. A partir de la era del empoderamiento (espantoso término) femenino, es difícil ver a Salma con algo distinto de un sobrio traje de chaqueta, al estilo Marlene Dietrich, y jamás omite ya alguna alusión a la misoginia sufrida en la industria cinematográfica. Por otro lado, Scarlett Johansson, por ejemplo, se quejaba en una rueda de prensa conjunta de por qué a su compañero de reparto en «Los vengadores», Jeremy Renner no le preguntaban también por el tipo de ropa interior que llevaba, hastiada de ser tratada como a una pieza de fruta fresca.

El hecho de que las mujeres hayan empezado a buscar la belleza en beneficio y satisfacción directamente propios, sin la intención directa o única de agradar a terceros del sexo opuesto o de comerciar con sus bondades físicas, ha cambiado por completo la forma de verse guapa y también la metodología para conseguirlo. Las intervenciones dolorosas e invasivas como ciertos tipos de cirugía estética, que incluso son susceptibles de crear adicción, han dejado paso a tratamientos de medicina estética y aparatología en clínica ambulatoria combinados con cuidados domésticos adecuados y una rigurosa observación de los hábitos de vida. Belleza y bienestar, cada vez más hermanados.

Estrellas de cine como Helen Mirren, convertida en una diva deseada y admirada pasados bien a gusto los cincuenta años, han demostrado que ya no es un crimen envejecer, pero hay que hacerlo bien. Los métodos estéticos menos invasivos pero realizados de manera más asidua, como la radiofrecuencia facial o la microdermoabrasión, por ejemplo, son los más usados tanto por las actrices famosas como por la mujer de la calle que puede permitirse tratamientos de un coste infinitamente más moderado de lo que pudiera serlo la cirugía estética en años pasados.

Se codicia una piel de pigmentación uniforme, inmaculada, que evoque salud, como prueba la eliminación casi total de las pecas que lucía Emma Stone en la primera parte de su carrera juvenil. Cuando recogió el Oscar a mejor intérprete principal en 2017 lucía un cutis perlado y luminoso producto de numerosos peelings químicos con AHA (alfahidroxiácidos) así como varias sesiones de IPL (Luz pulsada intensa) para aclarar todo resquicio de mácula en su cara y dar como resultado esa imagen radiante de lozanía y vigor, como si viviese sumergida en agua bendita.

Jennifer Lawrence, con su cuerpo femenino de formas redondeadas, dentro de una armonía que recuerda más a las divas de los años cuarenta del siglo pasado que al exceso de Marilyn o Sophia Loren, se coloca a la cabeza de las representantes de cuerpos saludables que no invocan a la insalubridad haciendo apología de la delgadez extrema como sinónimo de elegancia. Se pueden tener curvas y bustos prominentes mientras sostienes una copa de vino blanco y saltas butacas en el descanso de la ceremonia de los Oscar y aún así mantener un halo de carisma desenfadado la mar de peculiar. Asimismo, con los éxitos de la industria Marvel, que llena cines en todo el mundo, se crean una serie de contratos blindados con sus protagonistas para que lleven una dieta rigurosa y una tabla de ejercicios estricta que les permita conservar unos cuerpos atléticos y firmes, también dentro de lo saludable, para poder encarnar a héroes poderosos. Gal Gadot, protagonista de “Superwoman”, procura ejercitar su cuerpo tres veces por semana, al menos una hora en cada sesión y combinando Pilates y TRX, además de comer sano y equilibrado – sólo de pensarlo, me canso.-

Siguen existiendo los retoques para alcanzar la perfecta fotogenia, Margot Robbie, por ejemplo, se redibujó un poco la nariz y se hizo extirpar las bolas de Bichat para estilizar el rostro. Pero siguen siendo intervenciones mucho menos dramáticas que a las que estábamos acostumbrados en décadas precedentes. Lo curioso y desafortunado es que la propia Margot, al igual que Charlize Theron, son mujeres bellísimas que para poder demostrar su talento han de afearse en la ficción. Como si disimular la belleza fuera condición indispensable para no despistar sobre su talento. La primera lo hizo en su maravillosa interpretación de Tonya Harding en la estupenda y scorsesiana «Yo, Tonya» (2018) y la segunda un tiempito antes en «Monster» (2003), donde Theron engordó 22 kilos y fue caracterizada con un cutis tan churretoso, sucio y castigado como si hubiera pasado dos años con una mascarilla de pus de mono. Cualquier cosa con tal de robarle curro a Kathy Bates.

Otros ejemplos de este fenómeno de «simular la fealdad para la gloria» son Nicole Kidman, que ganó el Oscar al ponerse una prótesis de nariz – incluso Denzel Whasington hizo una brometa al entregarle la estatuilla en 2002– para encarnar a Virginia Woolf en «Las horas». Brie Larson, que igualmente se llevó la palma al desmaquillarse y dejarse caracterizar como la desmejoradísima víctima del confinamiento en una caseta de tres metros cuadrados en «Room» (2015). Y Halle Berry, que también afeó en la medida de sus posibilidades para llevarse el premio en 2001 por «Monster’s ball». A Tilda Swinton y a Glenn Close se las tomó en serio como actrices desde el primer minuto en que pisaron un set de rodaje; no te digo más. Cabe preguntarse, igualmente, si hay algún actor del género masculino que haya sido tildado de demasiado guapo para la interpretación. Brad Pitt ganó en febrero de 2020 el Oscar a mejor secundario frente a gente como Joe Pecsi -hay que ver- por interpretarse a sí mismo y, no sé cómo lo ves tú, pero yo creo que más guapo no se puede. Cuando Hollywood supere esta lacra ridícula, será un síntoma de que las cosas empiezan a ir bien, mientras tanto y hasta entonces, tenemos a Natalie Portman en «Cisne Negro» (2010).
