Cuidado con Paloma que me han dicho que es de goma.

Tras la caída del muro de Berlín y el derrumbamiento de la URRS, comienza una década que perpetúa ese gozoso festival que fueron los ochenta aderezándolo con novedosos avances tecnológicos y con una mirada fascinada y permanente hacia el futuro. Los retoques con cirugía plástica están a la orden del día. Desde Michael Jackson aclarándose la piel hasta adquirir tono lechoso y operarse en sucesivas intervenciones la nariz para hacerla parecer lo menos “negra” posible, hasta Michelle Pfeiffer, ataviada con unos labios gruesos y turgentes, como si se hubiese caído de boca o padeciese algún problema de hipertrofia en la mucosa; pasando por innumerables liftings faciales de todas y cada una de las glorias cinematográficas que avistaban la menopausia en el horizonte. No se libraba nadie de corregir, rellenar, cortar o levantar.

En la televisión norteamericana, trampolín y a la vez anexo de Hollywood triunfan series como “Friends” (1994-2004), donde sus tres personajes femeninos representan a mujeres diez: trabajadoras, inteligentes, independientes, divertidas, sexys y muy atractivas. Y en la segunda mitad de la década de los noventa, además, muy delgadas. “Ally McBeal” (1997-2002), que contaba las aventuras de una abogada neurótica, con fobia al compromiso, adicta al romance y la fantasía y con un cierto furor uterino, erige durante un tiempo a Calista Flockhart como uno de los dos grandes mitos sexuales del momento junto a Jennifer Aniston. Como ejemplo de la querencia patológica por la extrema delgadez, cabe reseñar que entorno a la forma física de la protagonista giraron numerosos rumores respecto a su posible anorexia confirmados por ella misma tiempo después. Asimismo, otras estrellas del show como Portia de Rossi padecieron la misma enfermedad y Courtney Thorn-Smith confesó que tuvo que abandonar la serie por padecer serios problemas de desorden alimenticio y obsesión por su cuerpo a raíz de que en el contrato de todas ellas se exigiese de manera velada que mantuviesen un peso concreto, tan bajo que rozaba el raquitismo, a juzgar por su aspecto en los últimos episodios en los que colaboró. También en Friends es notable la bajada de kilos tanto en Jennifer Aniston como en Courtney Cox -Rachel y Monica, respectivamente- a partir de la quinta temporada de la serie, coincidiendo con el penoso boom de los llamados “skinny bodies”. Por esta razón, una de las operaciones de estética más prolíficas en estos años, junto con las rinoplastias extremas, es la liposucción. Además de la aparición masiva de dietas rápidas y milagrosas que prometían adelgazar diez kilos en dos semanas a base de sopa de apio. Regímenes yoyó que contribuían a crear malnutrición y desórdenes alimenticios preocupantes. Las mujeres de todo el mundo acudían al quirófano para deshacerse más rápida y drásticamente de la grasa sobrante para no parecer “monstruos curvilíneos”, que decía Karl Lagerfeld, famoso diseñador de moda de la época y gordófobo reconocido. De hecho, aunque la liposucción fue inventada en 1985 por un médico francés, Pierre Furnier, fue en 1997, tras la liposucción mediante láser – menos nociva para la salud que la realizada a través de una cánula, que solía implicar una elevada pérdida de sangre – y la lipoescultura – que utilizaba grasa de unas partes del cuerpo para rellenar y moldear otras – llegó la liposucción con ultrasonidos que era susceptible de hacerse de manera ambulatoria.

Los thrillers de terror psicológico cuajan la taquilla, casi siempre con muy obvios connotantes sexuales. El cruce de piernas de Sharon Stone es la perfecta definición del espíritu de la época. Se popularizan los ridículos paseíllos en pelotas tras los poscoitos peligrosos, acusan a Michael Douglas de adicción al sexo – su padre Kirk declara: «¿pero eso es una adicción?» y cada vez es más difícil de disimular que la gente corriente se erotiza muy fuerte en ambientes de oficina. El sexo ilícito en traje de chaqueta y la normalización de la mujer en puestos de poder obliga a experimentar con zafios argumentos de inversión de roles, como en «Acoso» (1994), fallido y sonrojante film de Barry Levinson donde otro estandarte de los noventa, Demi Moore, asume el papel de violadora «empoderada», que te obliga a ser felado para ascender – una auténtica e insultante fantasía de guionista pajillero (que me perdone Michael Crichton) -.

La mujer está destinada a ser o bien la novia de América, una chica enrollada y dulcinea al estilo de Meg Ryan que lo mismo te pone un piso que te prepara un sandwich, que te finje un orgasmo -pero así, en broma, claro- o la continuación de la fatalidad creada por Glenn Close en el hit de Adrian Lyne; como Rebecca De Mornay («La mano que mece la cuna», 1992), Sharon Stone o Linda Fiorentino («La última seducción», 1994). Aún atrapadas todas ella en la dicotomía: o la belleza y la virtud o el sex appeal y la perdición.
