Esta boca es mía: la heredé de Julia Roberts

Julia Roberts relajando la cara hasta la próxima carcajada batiente

Pretty Woman (1990), producción de Disney -valga la paradoja tratándose de la historia de amor entre un yuppie y una puta-, se convirtió en uno de los paradigmas de la comedia romántica, el género más popular de la década, junto con el del thriller lujurioso. La iban a protagonizar Meg Ryan y Al Pacino; una combinación más insólita e incongruente que el chorizo frito con Nocilla pero por suerte estaban ocupados con compromisos previos y rechazaron un proyecto que a priori consideraron menor. Julia Roberts apenas era conocida y tenía tan sólo veintidós años cuando protagonizó el film junto a Richard Gere (de 40 primaveras). Su sonrisa de boca enorme y labios gruesos, idéntica a la de su hermano Eric y por tanto presumiblemente genética – al menos al principio-, se convirtió en la más rentable de la historia de Hollywood y en una característica sine qua non para reinar en Hollywood a partir de entonces. Después de ella, otras actrices han rellenado sus ya de por sí turgentes labios para hacerse con el trono durante un tiempo: Angelina Jolie – hija de Jon Voight, que ya tenía su buena bocaza -, Scarlett Johansson -portadora de unos labios voluminosos desde la pubertad en “El hombre que susurraba a los caballos” (1998) pero que se fueron engrosando exponencialmente a lo largo de su edad adulta-, Anne Hathaway, Monica Bellucci, Liv Tyler o Megan Fox son algunos nombres destacables de dueñas de bocas carnosas de origen no enteramente genético. Todo requiere un mantenimiento.

Liv Tyler, contenta de haber heredado de su padre la boca y no los estragos del rock and roll

A partir de los 25 años comienza el proceso de envejecimiento -si no lo sabías, siento haberte jodido el día -. Nuestro cuerpo deja de producir en la misma medida colágeno y elastina, fibras que se encuentran en la dermis y que son responsables de la elasticidad y turgencia de la piel. Los primeros aumentos labiales se realizaron con inyecciones directas de colágeno. Material que no era reabsorbible, de manera que una mala práxis en la ejecución o un cálculo torpe a la hora de decidir las cantidades podía devenir en un aspecto francamente antinatural o incluso en una malformación ad eternum. No son pocas las mujeres que, insatisfechas con el resultado, tuvieron que someterse a dolorosas y un tanto carniceras operaciones de extracción de implantes inadecuados – ya fuera por exceso, migración, deformidad o incluso encapsulamiento (cursando con dolor y endurecimiento) -. En la actualidad, se ha mejorado notablemente la técnica y el material utilizado es ácido hialurónico reticulado, realizándose de manera ambulatoria en clínicas de medicina estética. Es completamente reabsorbible por el cuerpo al cabo de entre 6 y 12 meses, dependiendo del fabricante y su formulación y actualmente se han popularizado también las hidrataciones – nutrición de la mucosa para conservar un aspecto joven y jugoso sin aumentar volumen, trabajando en la densidad – y contornos, en busca de la simetría o nuevo dibujo de los labios, que en combinación con la micropigmentación llegan a conseguir diseños auténticamente espectaculares de bocas.

Monica Bellucci jugando con el tomate del plato de spaghetti que no se va a comer.

              En el caso de las rinoplastias, la mayor parte de las operaciones se basaban en recortar o quitar y no en añadir para dar forma, de modo que las narices eran del estilo de la citada de Michelle Pfeiffer. Un pequeño triángulo perfecto más parecido al de un dibujo manga que al de una mujer real. Resultaba excesivamente obvio en cuanto a artificial y, en consecuencia, poco atractivo.

              Con el tiempo se han ido perfeccionando y haciendo más sutiles y perfectas. Son, junto con las bichectomías, las operaciones obligadas en Hollywood, por encima de los implantes mamarios o los rellenos labiales. Una nariz proporcionada con el resto de rasgos del rostro es básica para considerar bella y armónica una cara. Actualmente, se distinguen varios tipos de rinoplastias y precios dependiendo de si se toca solamente cartílago o se llega a modificar el tabique – que es mucho más caro y aparatoso -. Algunas divas de Hollywood de los últimos años que se han retocado la nariz son: Jennifer Aniston -cuya herencia griega (Yannis Anastasakis, se llama la pájara) la hacía portadora de un naso la mar de prominente-, Natalie Portman – estrechándola muy sutilmente y casi acompañando a su crecimiento desde “León, El profesional” (1994) hasta “Cisne Negro” (2010), Winona Ryder, Nicole Kidman y, por supuesto, Blake Lively, son algunos ejemplos representativos.

Winona, sólo un toquecito; todo lo demás zumos detox.

Del aerobic y de quemar sujetadores

El final de la década de los sesenta está marcado por la revolución cultural. Martin Luther King lidera el movimiento por los derechos civiles de los afroamericanos, el hombre pisa la luna por primera vez en 1969 y comienza el movimiento de liberación de las mujeres que funda varias organizaciones feministas por todo el país. Es concretamente en 1967 cuando un grupo de mujeres forman el New York Radical Women y crean un evento llamado “el entierro de la feminidad tradicional”. Un año después, durante la celebración de Miss América en Nueva Jersey, desarrollaron un acto de protesta cuyo centro más llamativo fue la colocación de un gran cubo de basura en medio de una plaza donde todas las asistentes fueron depositando lo que denominaban “instrumentos de tortura”, esto es: zapatos de tacón de aguja, rulos del pelo, pestañas postizas, fajas y, por supuesto, sujetadores.

Sissy Spacek cubriéndose la cabeza just in case

              La estética femenina en estos años es, por tanto, también muy revolucionaria. El pelo suelto es lo más habitual, se lleva muy largo, por norma general rizado o con ondas, aunque también lacio. Las mujeres de raza negra solían llevar el cabello a lo afro, muy rizado y voluminoso. El maquillaje se vuelve más accesible para su compra habitual y se extiende su uso doméstico, aunque fundamentalmente se maquillan los ojos con línea negra y los labios con tonos naturales. La piel se deja tal cual. Un cutis con pecas y pequeñas manchas resulta más refrescante y preferible que la hasta entonces tez perlada sin mácula.

              Se lleva la delgadez y la complexión desgarbada. Poco pecho y líneas rectas. Mujeres como Sissy Spacek o Diane Keaton, flacas, con poco volumen de pecho y ligeramente encorvadas, son iconos de esta época puesto que destilan un estilo propio y personal que parece estar dictado por su propio deseo y no con un mercantilista afán de seducción del género masculino. El estilo de vestir se politiza, llevar trajes de caballero desaliñados como Diane Keaton en Annie Hall” (1977) es ser “progre”.

Diane Keaton, muerta de risa sin sujetador.

              Jane Fonda, que a mediados de la década de los sesenta se vuelve activista política en contra de la guerra de Vietnam y que también se posiciona como simpatizante del movimiento feminista, había tenido una relación sentimental y profesional con Roger Vadim, creador del estilo de Brigitte Bardot en Y Dios creó a la mujer (1955) y que tanto a Fonda como a Catherine Deneuve les había colocado el consabido eyeliner felino y la melena rubio y voluminosa cardada por encima del flequillo savage, como clonando a su ex. En Barbarella”, Jane Fonda aparecía como una muñeca sexy de curvas marcadas con un corsé imposible, flotando en el aire por la ingravidez del espacio y quitándose la ropa en los primeros minutos de película. Otro estriptis famoso y muchísimo más gratuito que el de Marlene Dietrich quitándose el traje de gorila o Rita Hayworth deshaciéndose del guante de su Gilda” maldita.

              Sin embargo, Jane Fonda, no comulgó demasiado tiempo con el estereotipo de objeto sexual y es un perfecto reflejo de la época a la que pertenece. Los sesenta y los setenta fueron una revolución, un constante cambio en el pensamiento y las costumbres que conllevaron una reinvención permanente del propio yo. La Fonda se cortó el pelo al estilo Klute” (uno de sus éxitos cinematográficos en los setenta), con una media melena denominada shag, que representaba bien el estilo de la mujer de la época; una especie de reinvención de la flapper de medio siglo atrás: soltera, trabajadora y sexualmente liberada.

              Sólo una década después de hacerse fotos junto a varios soldados y una batería antiaérea que los norvietnamitas usaban para derribar los aviones estadounidenses, Jane Fonda dio una nueva lección de punto de giro argumental inesperado cuando sacó a la venta el que sería el primer y más exitoso vídeo de gimnasia para mujeres. No en vano, existe un tipo de flexión lateral bautizada con su nombre, con el cuerpo completamente recostado sobre un lado, el brazo libre colocado en jarra sobre la cintura y la elevación de la pierna completamente estirada en varias repeticiones, como haciendo un efecto de tijera que se abre y se cierra. En los ochenta nace la filia por el ejercicio aeróbico y todos los cuerpos lánguidos y delgados que sostenían su figura sobre una alimentación escasa o el ayuno voluntario repetido se convierten en estructuras atléticas, donde prima el tono muscular y la forma torneada de los músculos. Estar en forma es una obligación ligada directamente a la estética y a la conservación de la belleza. Jane Fonda a sus ochenta y dos años, cirugías aparte, es la prueba viva de que el ejercicio físico funciona, puesto que aún goza de una gracilidad de movimientos y de una forma que muchas jovencitas sabáticas envidiarían para sí.

Farra Fawcett, que debió desarrollar bruxismo debido a su sonrisa sempiterna y apretadita.

Mención especial a Farraw Fawcett, que además de inspirar su propia versión en Barbie, fue una de las primeras actrices de televisión que trascendieron en la gran pantalla y representa mejor la transición entre los setenta y los ochenta que el mismísimo Studio 54.

Lo que el porno le debe a Brigitte Bardot y la influencia de Europa en Hollywood.

Primero en Italia, con el neorrealismo y un poco más tarde en Francia con la revolución visual de la Nouvelle Vague, a las órdenes de grandes directores de cine como Federico Fellini o Jean-Luc Godard, trabajaban otras divas quizás más terrenales, bastante peculiares y nada encorsetadas por el sistema de estudios de USA. Eran Sophia Loren, Brigitte Bardot, Catherine Deneuve, Claudia Cardinale o Gina Lollobrigida, por ejemplo. Todas ellas exportadas a un Hollywood hambriento de acento europeo.

Claudia Cardinale más cómoda en un set de rodaje que en un Spa.

              Sophia Loren es de formas tan rotundas como Marilyn o incluso más, representando el erotismo y el temperamento, como si produjera más estrógenos que nadie. Racial, morena tanto de cabello como de tez, con la boca enorme, de carcajada fácil y descarada, los ojos verdes y almendrados y los pómulos muy marcados y elevados, su belleza es más salvaje y mundana. Sin remilgos ni sublimaciones. Representa a una mujer real que fascina por su arrojo y su fuerza, frente a ese glamour antinatural e impostado de las chicas que consideran a los diamantes su mejor amigo. Sophia es una fantasía sexual ambulante pero que, paradójicamente y debido a la influencia de la educación cristiana y tradicional de su Italia natal, en realidad es “muy decente”. Aunque es arrolladoramente atractiva y emana sexo a cada zancada, debe quedar permanentemente claro que, de relaciones extramaritales, ni un pellizco, amico. En la misma línea su paisana Claudia Cardinale, también morena, con sus pestañas postizas muy espesas, su picardía y sus formas mamarias voluminosas es igualmente un “mírame, pero no me toques”. Son representantes de la doble moral cristiana de su tiempo -todo un tema recurrente en el neorrealismo-. Aunque por fin parece que las mujeres pueden ser humanas y valerse por sí mismas – con entidad propia fuera del mero adorno, recompensa del protagonista o del patético rol de dama en apuros – siguen recurriendo a la provocación sexual y dado que no se les permite tomar decisiones libremente, se van a la cama solas a no ser que haya una hincada de rodilla mediante.

Sophia no fue nunca a one night thing, nene

              Con las francesas, sin embargo, la cosa cambia un poco. Brigitte Bardot puso de moda el pelo cardado y el flequillo savage que se consigue cortando el pelo en forma de uve invertida desde el centro hasta los extremos, enmarcando los ojos. Este estilo es tan polivalente, en el sentido de que resulta favorecedor para casi cualquier tipo de rostro, que aún en la actualidad se ve en pasarelas y alfombras rojas de todo el mundo. Pero lo que también consiguió popularizar fueron los desnudos parciales y la libertad sexual a nivel de exhibición. En los primeros minutos de “Le mepris” (El desprecio, 1963) la actriz sale tumbada boca abajo en la cama junto a Michel Piccoli, su compañero de reparto, completamente desnuda, preguntándole a éste por lo que opina sobre cada una de las partes de su cuerpo reflejadas en un espejo situado en el techo. Brigitte Bardot, con su pelo largo y rubio, sus labios gruesos, sus ojos felinos redibujados con el eyeliner intensificado por un mayor grosor y prolongación de la cola, su mandíbula cuadrada y sus pómulos orgullosos, con ese gesto permanente de aburrimiento a punto del resoplido, posee una imagen tan poderosa e influyente en nuestro tiempo, tan extraordinariamente sexual, que la industria de la pornografía mainstream debería pagarle royalties por haber inspirado la base del modelo ideal de mujer deseable universal. Aunque por supuesto la reproducción del tipo se ha ido transformando hasta la degeneración y la chabacanería, la influencia es notable. Otros iconos posteriores como Kim Basinger, Claudia Schiffer o Pamela Anderson, se inspiraron directamente en esta mujer para componer su imagen.

Bridgitte Bardot y sí, eso es un pezón.

              Quentin Tarantino escribió el guión de “Pulp Fiction” incluyendo guiños – a veces plagios descarados-  a varios de sus directores favoritos. Por ejemplo, el personaje interpretado por Uma Thurman, la inolvidable Mia Wallace, lleva un corte de pelo muy parecido y, en general, una actitud calcada a la de Anna Karina, musa de Godard, en la mayoría de sus películas; muy particularmente en “Vivre sa vie”. Esta actriz danesa fue  una transición a la modernidad. En realidad, se llamaba Hanne Karin, pero cuando se presentó así ante Coco Chanel, ésta la rebautizó con un nombre más asequible y fácil de pronunciar, sabedora del gran potencial de la chica como modelo. Su estilo era sencillo, sin grandes artificios, pero bastante elegante; se podría decir que incluso intelectual. Llevaba el pelo largo, generalmente, pero no particularmente arreglado, con el flequillo más bien recto. Abusaba, como buena representante de los sesenta, del cat eye, al igual que la Bardot, línea del ojo gruesa y con cola, además de las pestañas postizas. Por lo demás utilizaba poco maquillaje y tonos naturales o nude en colorete y labial. Anna ha inspirado a actrices de la actualidad como Zooey Deschanel y podría ser por derecho propio la representante ancestral del estilo hípster femenino. Porque, ya sabes: “old is new”.

Anna Karina tan moderna en 1964 como hace quince minutos.